viernes, 11 de febrero de 2022

La entrevista de los viernes: María Peláez García y Marta Inés Rodríguez (Antología Legado)

  Hoy tenemos con nosotros a María Peláz y Marta Rodríguez. Podéis leer los hilos de sus relatos aquí:

¿Qué significa para ti escribir?

María: La verdad es que escribir es una forma de liberarme, de alguna manera. Llevo haciéndolo desde los doce años aproximadamente, cuando empecé a escribir historias entre mis apuntes de clase, e incluso gané algún premio en los concursos de relatos de mi instituto. Años más tarde pasé por un bloqueo tremendo, en el que no era capaz de escribir nada y en el que de hecho pensaba que nunca lo volvería a hacer, que era algo que no era para mí… hasta que vi la convocatoria para Legado y las palabras volvieron a mí. 

MartaA nivel íntimo, es algo que siempre he hecho: cartas, diarios, fanfics (aunque en mis tiempos no se llamaban así)… Como autora es algo muy reciente, de 2020 y el confinamiento, así que de momento me presento a todas las convocatorias de relatos que me llaman la atención y me lo tomo como un ejercicio porque hacía casi veinte años que no escribía ficción. Así me he llevado sorpresas, como salir de mi zona de confort y que esos textos sean los que más han gustado, por ejemplo.


¿Por qué decidiste presentarte a esta Antología?

MaríaLo cierto es que me enteré de esta convocatoria un poco de casualidad. Este verano me contagié de COVID y tuve que pasarme una semana encerrada en mi habitación, pero como estaba en mi pueblo no tenía más que un puzle y un par de libros para entretenerme. Fue entonces cuando me puse a cotillear por twitter y me encontré con la iniciativa de Tessa y Cometa y decidí darle (y darme a mí, pues, como ya he dicho, llevaba mucho tiempo sin escribir) una oportunidad. 

Probablemente debería agradecer a quién fuera que me contagiara que lo hiciera, pues participar en esta antología me ha cambiado la vida. 


Marta:  Me seleccionaron para Renacer y en Legado participo como autora invitada. Cuando nos lo propusieron no dudé, ¡quería volver a colaborar con Tessa y Cometa sí o sí!

¿Cuánto hay de autobiográfico en tu poema / relato?

MaríaLas dos bodas de Margarita está ambientada en un pueblo pequeño de Castilla, como el lugar donde lo escribí. Lo cierto es que, cada vez que me imaginaba las calles en las que creció Margarita, no podía imaginarme otras que en las que lo había hecho mi propio abuelo. Mi pueblo es un lugar muy importante para mí, no solo por esta historia, y me alegra poder haberle hecho este pequeño homenaje.

MartaLa mayoría de mis relatos nacen de algo que me han contado mis padres o mis abuelos. No tiene por qué ser una gran historia (que las hay), basta con una simple anécdota que detona el resto del argumento. En este caso, cuando mi madre se fue del pueblo y regresó unos meses después con el pelo teñido y ropa de ciudad, casi ni sus parientes la reconocían. Nos hemos reído mucho con ello a lo largo de los años. Eso le pasa a mi protagonista, con un resultado bastante más triste, por desgracia.

¿Hay algo que hayas hecho en tu texto con el tiempo, el narrador, la forma de construir el mundo... que te gustaría destacar por su importancia en la trama?

María: Yo soy una escritora mapa (y cuando digo mapa, es muy mapa) pero con esta historia me dejé llevar. Los personajes aparecieron solos, las historias también. Sin embargo, sí que creo que hay algo que creo que quería transmitir con este relato: yo quería hablar de la familia y de las personas que nos rodean, de como alguien puede acompañarte y marcharse y hacer ambas cosas al mismo tiempo. Felicidad y tristeza, al mismo tiempo. Ese era mi objetivo con Margarita.


MartaEste relato ya estaba escrito en parte, lo había presentado a una convocatoria en homenaje a Delibes, por eso tiene un montón de vocabulario típico castellano y algunos términos que son más especiales o característicos de Delibes. Ninguna palabra está escogida al azar, para darle la ambientación física y temporal que quería: un pueblo miserable de Tierra de Campos a principios de los años sesenta y la necesidad de la protagonista de huir de allí.

Sin embargo para Legado lo actualicé, introduje a la Eloísa anciana que recuerda aquel suceso y vemos cómo algo que fue dramático en su momento pierde importancia con los años, la experiencia y la nostalgia por volver a los orígenes.


Cuéntanos algo sobre los otros escritores de la Antología.

MaríaSon increíbles. Aunque no he podido participar mucho en las conversaciones que se dan en el grupo de Telegram, siempre están ahí para alegrarse de tus triunfos y para acompañarte en tus derrotas. Creo que entre todos hemos formado una comunidad muy bonita que me ha ayudado mucho a reconciliarme con la escritura. Tessa y Cometa me dieron el empujón que necesitaba para volver a escribir, pero han sido mis compañeros quien no han permitido que me rindiera. 

¡Ah! Por supuesto, tengo que hacer una mención especial a Pirra. ¡Si no fuera por su cuenta de twitter @BusConvocatoria, no me hubiera enterado de la existencia de Legado y no estaría donde estoy ahora mismo, con dos relatos publicados y una novela a punto de terminar!

Marta¡Pues han sido todo un descubrimiento! Salvo a las autoras que venimos de Renacer y a un par más como Rebeca y Rocío, con el resto no había coincidido ni siquiera por redes, así que ahí estoy con los ojos muy abiertos y esperando leer más cosas vuestras pronto. Mención especial a las “jefas” Tessa y Cometa, porque sin ellas nada de esto sería posible ¡Son increíbles!





¿Dónde podéis encontrarlas? Aquí:


lunes, 7 de febrero de 2022

Un mundo oscuro (prólogo)

(Este es el prólogo de la novela que estoy escribiendo, «Un mundo oscuro». Es un buen punto para empezar a meteros en este universo. Poco a poco os iré contando más en esta sección)

—No hemos comenzado bien, Calvin. No, creo que deberíamos volver al principio.

Alecto Erinia golpeteaba juguetona con el miembro la cara del hombre maniatado, dejando marcas rojas allí donde le tocaba.

—Se podría decir que hemos empezado con mal pie, ¿verdad?

Se alejó un metro hacia una mesa plegable llena de objetos puntiagudos y lo dejó a un lado. Muchos de ellos brillaban al reflejo de la luz cálida del salón de Calvin, aunque otros permanecían oscuros, húmedos, usados. Pareció dudar entre varias opciones hasta que una sonrisa traviesa asomó a su rostro mientras cogía un aparato metálico que aún no había traído al juego. Lo fue pasando de mano en mano varias veces y entonces se volvió hacia él.

—Esto se llama «aplastapulgares». Me encanta el nombre, tan descriptivo. No deja lugar a la duda, ¿verdad? Uno sabe exactamente para lo que sirve solo con escucharlo. Nada que ver con otros inventos tan imaginativos como la «cigüeña» o la maravillosa «doncella de hierro». ¿Qué hacen? ¿Quién sabe? Este aparato, sin embargo, te dice todo lo que necesitas saber. ¿Qué te parece si jugamos con él un rato?

Calvin no consiguió articular más que unos leves gemidos. Ya casi no le quedaban fuerzas. Para su pobre mente quebrada tal vez habían pasado días, semanas o minutos. No había forma de saberlo. Ahora, según aumentaba la pérdida de sangre, se iba alejaba poco a poco del dolor. Ya no sentía tanto como al principio. 



Aunque Calvin ya no podía entenderlo, solo habían pasado un par de horas desde que Alecto llamó al portero de la puerta de su casa pidiendo usar el teléfono para llamar a una grúa. Tenía el coche averiado, decía, y no podía quedarse en aquel lugar, de noche, con la que estaba cayendo. El hombre había suspirado. Habría querido pasar el día de lluvia al fuego de la chimenea, caliente, fumando en la pipa que le habían traído sus nietos unos meses antes, leyendo un libro (¿Moby Dick de nuevo, quizá?) y no hacer nada más. Descansar y vaguear. ¿Para qué están los fines de semana, si no es para disfrutarlos?

Calvin no había sospechado nada cuando le dijo que no tenía teléfono móvil. ¡Pero si él tampoco tenía uno! ¿Quién quería tener uno de esos instrumentos diabólicos que no dejaban de sonar?

Tampoco había visto raro que hubiera ido directa a su casa en lugar de llamar a la puerta de la media docena de chalets que debería haber encontrado entre la carretera y su casa. Al fin y al cabo, ¿no era la suya mucho más vistosa y estaba mejor decorada? 

Quizá el hecho de que estuviera seca en la imagen de la pantalla, en medio de una lluvia torrencial, debería haber hecho que se encendieran todas las alertas. Pero para ese momento él ya estaba pensando en la taza de chocolate caliente que iba a preparar para esa pobre muchacha. No, si él podía evitarlo, no se quedaría en el frío de la noche. No le habían educado de esa forma.

Así que había abierto la puerta de la calle y, cuando volvieron a llamar en la puerta principal, no se lo pensó dos veces y la recibió con una gran sonrisa en la cara y una apetecible manta en la mano. 

A lo largo de la historia ha habido muchas personas sorprendidas por diferentes situaciones. Quizá por un chiste, quizá por una palabra, quizá por una traición. Pocas, sin embargo, como Calvin cuando lo primero que entró por la puerta fue un puño tan duro como una pared que se estampó contra su mandíbula y le saltó un par de dientes mientras caía hacia atrás. Se golpeó la nuca contra el suelo con fuerza, pero el grueso tapiz sobre la que solía caminar descalzo amortiguó el golpe. Sin tiempo de darse la vuelta, una fuerte patada lo golpeó en las costillas y lo lanzó rodando por la habitación, dejando un rastro de baldosas carmesí sobre la alfombra verde agua.

La mujer siguió el camino y lo arrastró hasta una butaca gruesa que situó en el centro de la estancia. Ató a Calvin en un momento, piernas y brazos. No se molestó en taparle la boca así que él tampoco se molestó en dejar de gritar de dolor. ¿Dolor? Aún no sabía lo que era el dolor. La mujer cogió una silla sencilla que había en una esquina de la sala, la puso con el respaldo hacia él y se sentó a horcajadas apoyando los brazos sobre el respaldo. Durante unos segundos que parecieron horas se le quedó mirando a los ojos.

—Hola Calvin. Me llamo Alecto. He venido buscando cierta información que solo tú puedes darme. Es vital que la consiga cuanto antes, no puede haber retrasos, ¿verdad? Así que necesito que contestas a mis preguntas. Sí, ya sé que aún no he hecho ninguna. Solo estoy poniendo las bases de lo que puede pasar. Verás, tengo muy poca paciencia con los interrogatorios. Me aburro enseguida y entonces tengo que entretenerme de alguna manera. ¿Me entiendes?

—Pero… Pero señorita, yo no sé nada…

Alecto se levantó y apartó la silla a un lado. Muy despacio, recreándose para su público, salió de la vivienda y volvió a entrar con dos bultos. Uno era una mesa que desplegó delante de la butaca. El otro era un saco lleno de brillantes herramientas metálicas que fue colocando de forma metódica en el tablero. Cuando acabó, cogió un martillo y con él golpeó con fuerza el pie del cautivo hasta que se le rompieron todos los huesos.

Calvin aullaba, sus ojos se le desencajaban y parecían querer escapar de todo aquello, la mandíbula torcida en una cara que asemejaba más la de un animal que la de un ser humano. Entre la bruma del dolor, vio cómo ella se levantaba y buscaba algo más grande aún dentro de la diabólica bolsa. Durante un segundo el tiempo se detuvo en su incredulidad ante lo que estaba viendo. Después se puso a llorar suplicando.

—Creo que no me escuchas cuando hablo. He dicho que me aburro. Me aburro cuando tengo que decirte que hables cuando te lo diga y calles cuando te lo diga. ¿Acaso no es obvio? ¿Es que te he dicho que abras la boca? Me aburro cuando explico cosas que un niño de cinco años sabe desde pequeño: «solo habla cuando te lo digan». Y como me aburro, me tengo que entretener, ¿verdad?

Los ojos se le iluminaron mientras levantaba el hacha y lo descargaba con fuerza sobre el pie aplastado, que salió volando cuando de un solo tajo cercenó piel, músculos, tendones, hueso. Empezó a salir sangre a borbotones por el tobillo hasta que ella apareció con un soplete de la bolsa y cauterizó la herida en un momento. El olor a carne quemada inundó rápido la estancia tapando por completo otros aromas, como el de la sangre derramada, el sudor que salía por todos los poros de Calvin o la peste que había empezado a formarse cuando se le soltaron los esfínteres de golpe con la caída del hacha.

—Ahora vamos a hablar de verdad. Ahora yo voy a preguntar y tú vas a responder. ¿Verdad, Calvin?

Él asintió ansioso, los ojos fijos en los suyos buscando agradar, darle cualquier cosa que ella quisiera, con tal de que acabase con el dolor.




—No hemos comenzado bien, Calvin. No, creo que deberíamos volver al principio.

—Voy a decirte cómo vamos a jugar a este juego. Te voy a poner este bello instrumento en un dedo y, dependiendo de tus respuestas, lo apretaré o lo soltaré. ¡Ah, pero vamos a hacerlo más divertido! Voy a sacar unos cuantos más… Déjame ver… Así mejor. Te voy a poner uno en cada dedo de la mano derecha, así puedo girarlos todos juntos. ¿Qué te parece? Lo más, ¿verdad? ¡Qué imaginación tenéis en tu mundo para la tortura!

»Vamos allá. Estoy buscando a un hombre. Estuvo viviendo en la casa de al lado un tiempo hasta que se fue. Y ahora me vas a contar todo lo que sabes sobre él.

»No te dejes nada. O me aburriré.

Diez minutos después, Alecto tenía ya toda la información que podría conseguir. Limpió sus herramientas con esmero y las guardó todas dentro de la bolsa negra, incluido el hacha. Dobló la mesa y la introdujo también en ella, que no parecía haber aumentado de tamaño. La cogió, la dobló por la mitad y se la colgó a la espalda como si fuera una mochila medio vacía, sin ningún esfuerzo. Por último, fue a la cocina, abrió el gas a tope y dejó encendida una vela.

—Adiós Calvin. Lamento todo esto, pero era necesario, ¿verdad? Míralo por el lado positivo, solo te quedan unos minutos hasta que esta horrenda pesadilla acabe y despiertes. En algún sitio, supongo. O no. Adiós.

De pronto, empezó a desvanecerse en el aire, a borrarse, desdibujarse, como si no hubiera estado nunca allí. Los ojos, esos ojos demoníacos, brillantes como dos faros en la noche, fueron lo último en desaparecer. Luego, el silencio y el creciente olor a gas lo inundaron todo.

Por fin podría descansar. No quería sufrir más. Solo quería dormir y…

La casa estalló en llamas y se lo llevó de golpe. Ardió hasta los cimientos y las casas vecinas solo se salvaron por la salvaje tormenta que las rodeaba. 





sábado, 5 de febrero de 2022

Abrimos la tapa del baúl de... Ramón Bassons

Inspiré, espiré. El aire puro inundó mis pulmones. A mi alrededor, un prado verde cuidado, con árboles, lago, trampas de tierra... El campo de golf acababa de abrir y todavía no estaba lleno de jugadores. Miré hacia la colina del hoyo cercano y vi un carrito de golf que se acercaba hacia mí. Mientras lo hacía, consulté mis notas:

Ramón Bassons, analista informático con mucho callo en la profesión. Lleva años escribiendo por pasión y guarda documentación de periódicos y revistas. Ha escrito «Arriba en la buhardilla» y recientemente ha autopublicado «Un cadáver en el búnker».

Para ser tan pequeño, el vehículo iba a una velocidad considerable. Cuando llegó a mi altura, Ramón me saludó desde el volante:

―¡Buenos días!

―¡Buenos días, Ramón! Vaya sitio chulo en el que hemos quedado.

―Sí, ¿verdad? Fíjate que aquí hay mil sitios para esconder un cuerpo.

―Esto... Sí, cierto, no me lo había planteado.

―Entre los árboles o con un peso en el lago. ¡Esto es un paraíso!

―Sí, claro. ¿Qué te parece si vamos a la cafetería, donde hay mucha gente, y hablamos allí tranquilos?

―Por supuesto.

En aquel bólido blanco llegamos en poco tiempo a la cafetería. Nos sentamos en una mesita apartada. Encendí la grabadora y me dispuse con el bloc el bolígrafo.


El libro comienza en un campo de golf y todo lo que sucede dentro y en sus alrededores, tanto física como emocionalmente. Personajes que lo usan para hacer deporte, negocios, especular, presumir… ¿Qué relación tienes con el golf?

Lo cierto es que ninguna. La novela surgió de forma casual, hablando en la playa con unos amigos que sí lo practican. Según iban contando detalles tuve más claro que ahí había una historia.

En la historia aparece un político, un constructor, un banquero, mafia, prostitución… ¿Hasta qué punto crees que el trasfondo de la historia se puede aplicar de forma general a España?

Creo que incluso me he quedado corto. Yo he escuchado decir de un sitio que no se mueve una hormigonera si no ha pasado antes por la caja de cierto partido político. Pero no sólo hay corrupciones en el ámbito de lo público. Desde regalos entre directivos valorados en miles de euros hasta una empresa que no tuvo ningún reparo en montar en un avión al gerente de compras de un cliente potencial, traerlo a Madrid para comer en cierto restaurante de lujo y ponerle después una suite varios pisos más arriba con dos prostitutas. No tengo pruebas de nada, claro, pero ahí están series como Crematorio o la película El Reino. Cuando el río suena…


La víctima es una persona que no es muy querida por los que lo rodean, por decirlo suavemente. Sin embargo, tiene mujer, amante y multitud de contactos de negocios. ¿Cómo puede una persona tan odiada mantener al mismo tiempo las manos metidas en todas las salsas?

Se ve continuamente: hay gente a la que no traga nadie, pero que está en posiciones de poder, sea en lo público o en lo privado, y con la que no queda más remedio que tratar si quieres avanzar en lo tuyo.


La pareja de detectives Gallego y Laredo es un tándem ágil que funciona muy bien. Tienen personalidades diferentes pero que se complementan a la perfección. La idea de dos compañeros policías se ha explotado mucho, pero normalmente son polos opuestos, que se odian y acaban por entenderse. Sin embargo aquí hay un cariño que se siente desde el principio.

Gallego tuvo al padre de Laredo como mentor, y ahora es él quien desempeña ese papel con ella. Como la diferencia de edad no es tanta no la puede tratar como a una hija, pero sí como a una hermana pequeña, o una sobrina. Ella le respeta las canas aunque tiene claro hasta dónde puede llegar él con sus consejos.

La madre de Laredo tiene una enfermedad mental. Estamos acostumbrados a que los detectives sean superhombres o que los problemas sean suyos: alcoholismo, juego, personalidad… Que tengan que cuidar de una persona o que deban atender llamadas en mitad de una investigación es algo poco habitual y, sin embargo, seguro que es el pan de cada día de las personas reales que hacen ese trabajo. ¿Por qué decidiste utilizar a ese personaje?

Tengo un enorme respeto por el Alzheimer y las personas que lo sufren. Nada puede ser más terrible que dejar de ser tú, que tu existencia se borre. El papel de la madre de Laredo, a quien quiero tratar con mucho cariño, sirve para poner en evidencia la necesidad de los cuidadores y las dificultades que hay para conciliar esas situaciones en muchas profesiones.

Al avanzar en la lectura todo el mundo tiene un motivo para cometer el crimen, lo que trae necesariamente a la mente Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie. ¿Cuánto de su influencia hay en el libro?

Mucha. Al principio empezó como un juego, pero después me propuse hacer ese doble guiño con cada uno de los personajes: su opinión sobre el finado y la verosimilitud de que fuera el criminal. La diferencia es que en todo momento quise ser honesto. Lo que se presenta es lo que es. Por el contrario, muchas novelas de Agatha Christie llegan a su desenlace desvelándose relaciones previas de alguno ¡incluso todos! los personajes con la víctima y que explican su asesinato. No quiero desmerecer en absoluto con esto a la Reina, he disfrutado enormemente con los bigotes de Poirot y con las rosas de Mrs. Marple, pero dice mucho de ellos el que sean responsables de una categoría específica de películas en las que muere mucha gente en un escenario cerrado y después todo queda explicado porque alguien era el sobrino de alguien.

En la serie House M.D., el doctor House suele decir “Todo el mundo miente”. En muchas ocasiones se desliza, por otros personajes, que las mentiras nos permiten seguir adelante con nuestras vidas. ¿Cuánto se mienten a sí mismos los personajes del libro?

Laredo se miente por su relación pasada con Q. Gallego por los estudios de su hijo. Natalia se engaña por su relación con Urquijo. Mª Isabel haciendo como que no le importa su marido… y Urquijo engañaba a todos.

Se suele decir que cada uno es el héroe de su propia historia y que los villanos, en su cabeza, son los buenos.  No voy a revelar mucho más, pero ¿crees que en tu historia es así?

Sí. En este caso, el villano opina que la víctima lo tenía bien merecido.

El final de la historia es al mismo tiempo cerrado y abierto. Por un lado, permite que el lector imagine lo que puede suceder a partir de ahí. Pero, por otro, te deja abierta una puerta inmensa hacia el futuro.  ¿Has pensado en seguir escribiendo sobre Gallego y Laredo?

Me ha hecho mucha ilusión la acogida que han tenido y yo también les he cogido cariño. De hecho, estoy preparando una nueva aventura suya, que me gustaría tener preparada para primavera. Sería posterior en el tiempo y tendrá ciertas dependencias de la primera. La idea es afrontar un nuevo caso además de profundizar en los aspectos personales entre ellos.

Para terminar, cuéntanos algo sobre lo que estás trabajando ahora.

Lo que terminaré primero será la nueva aventura de Gallego y Laredo que mencionaba antes. Esta ha aparcado un proyecto de largo recorrido cuyo título será «Rencor» del que tengo bastante escrito. Será un thriller con raíces de ficción histórica que me está exigiendo documentarme mucho, una cosa que me da mucha pereza: transcurre en tres países, en cuatro localizaciones principales. Se tratan sucesos de tres momentos históricos que desencadenarán los hechos que se narran en la actualidad. A uno de esos episodios históricos documentados se le añaden algunos sucesos que pasaron por ciertos en mi familia durante dos generaciones y que ahora se han desvelado… poco precisos.

A raíz de un tuit de Zahara me surgió la necesidad de retomar una historia que tenía aparcada, y que querría finiquitar para el próximo 22/11.

Me planteé participar en una antología de ciencia ficción con un relato que pasé para su corrección a algunas personas de Kmleon: todas me recomendaron que estaría mejor en una antología propia, así que ahí lo tengo, junto con algún otro esbozo. Ya veremos (dijo un ciego).


En ese momento se oyó el claxon de un automóvil. Ramón echó un vistazo al reloj.

―Vaya, qué tarde es. Tengo una cita, voy a documentarme para el siguiente libro de Gallego y Laredo.

―No te preocupes, con esto yo creo que podemos dar por terminada la entrevista.

―Genial. Te leeré en unos días. Recuerda que conozco muchos sitios oscuros, ja ja ja ―me dijo, mirándome con sus ojos brillantes.

―Sí, esto, lo recordaré.

Acto seguido, se alejó hacia el aparcamiento. Cuando salió de la cafetería, unas voces se colaron mientras la puerta se cerraba.

―¿Estás listo, Ramón?

―Sí, Gallego, lo estoy. ¿Cómo está tu madre, Laredo?

Decidí que necesitaba un whisky.



¿Dónde puedes encontrar a Ramón Bassons?

Twitter

Instagram

Blog: La pesadilla de Gilgamesh


Si te interesa comprar su novela, puedes hacerlo aquí: «Un cadáver en el búnker»


viernes, 4 de febrero de 2022

La entrevista de los viernes: Jordi Escoin Homs y Laura Morales Arguijo (Antología Legado)

 Hoy tenemos con nosotros a Jordi Escoin y Laura Morales. Podéis leer los hilos de sus relatos aquí:

¿Qué significa para ti escribir?

Jordi: Sobre todo, CREAR, que para mí es lo que más cerca que podemos estar de la divinidad. Dejar volar la imaginación, construir mundos e historias, tramas y giros, sorpresas e incertidumbres, para regalar buenos momentos a quien nos lee. He empezado tarde, pero creo que ahora ya no podría vivir sin escribir. Cuando termino un relato me siento realizado, después un poco apaleado con las duras y a la vez entrañables críticas de mis betas, y renacido cuando retoco y repaso. Ya sabéis: ¡pon cera, pule cera! Y si al final estás satisfecho con tu creación, muy probablemente quien lo lea también lo estará. 

LauraLa verdad es que nunca me lo he planteado. Es algo que hacía por diversión en algunos momentos de mi vida, pero no me lo tomaba en serio y lo terminaba abandonando en poco tiempo. Hasta que gracias a las series y los fanfics lo retomé y esta vez fui capaz de terminar historias y de convertirlo en una constante en la que llevó ya casi diez años. 

Escribir es vivir otras vidas, dejar volar la imaginación y desconectar del día a día. Además he conocido a mucha gente genial gracias a la escritura.


¿Por qué decidiste presentarte a esta Antología?

JordiEs la segunda antología benéfica en la que me publican algún relato. Por mi trabajo, por mis aficiones, o simplemente por mi forma de ser, me siento especialmente sensible con todo lo que tiene que ver con las personas más vulnerables, ya sea por tener una discapacidad, por padecer alguna enfermedad, por la edad o por cualquier motivo que margine, separe, olvide… 

Laura: Para demostrarme que sí podía. Escribí este relato para otra convocatoria y lo rechazaron. La misma tarde que dieron ese fallo me acordé de esta convocatoria de Tessa y Cometa y pensé que podía encajar. Volví a leer las bases (ya las había leído cuando lo anunciaron pero en ese momento no se me ocurrió nada y decidí no participar), confirmé que encajaba en lo que pedían y lo mandé. Luego me olvidé hasta el día del fallo, cuando vi que me habían seleccionado porque tenía muchas notificaciones de Twitter.

¿Cuánto hay de autobiográfico en tu poema / relato?

JordiEn los personajes, creo que muy poco. Quizás algún comentario del abuelo Juanjo sea un pensamiento mío en voz alta, y poco más. Sin embrago, creo que el relato también está impregnado de mi afición por la historia, de mi pasión por la naturaleza, así como mi admiración y respeto por todos los pueblos y todas las culturas, sobre todo por las llamadas culturas minoritarias, las que ya no están y las que corren peligro de desaparecer.

LauraHay y a la vez no hay, porque la enfermedad de la que hablo es una que por suerte no he llegado a vivir directamente, pero sí otras que afectan a la mente. Como es un tema sensible, les pedí a otras dos amigas escritoras (Cris y María, muchas gracias) que leyesen el relato y me dieran su opinión. A ambas les gustó y les emocionó, lo que me dio la confianza de que lo había hecho bien con el enfoque que había elegido.

¿Hay algo que hayas hecho en tu texto con el tiempo, el narrador, la forma de construir el mundo... que te gustaría destacar por su importancia en la trama?

JordiSiempre que escribo un relato me propongo algún reto personal. En este caso el narrar desde el punto de vista de Elena, la madre de una niña algo especial. Otro fue procurar que la voz de una niña de 5 años, la voz de Sofia, fuera lo más verosímil posible. Creo que lo conseguí, aunque con la ayuda y supervisión inestimable de mis betas habituales, en especial de Laura Tomàs Mora, beta frikípula que también es madre de dos traviesas y adorables niñas.

Al pensar en la pregunta me he dado cuenta de que tengo ya unos cuantos relatos escritos en dos partes. Siempre intento probar nuevas formas de escribir, con estilos diferentes, pero obviamente aquí hay un patrón que por alguna razón tiendo a repetir. Ahora mismo recuerdo El asesino sensible, un relato corto publicado en la revista digital Solo novela negra y Beteus, un relato de ciencia ficción en tono humorístico publicado en la web de Fast Fiction Penny. Y tengo algunos más con la misma estructura que todavía no han encontrado su sitio. ¿por qué será? Pensaré en ello…


LauraCreo que lo más original es la ambientación, ese bosque con los árboles y los recuerdos que guardan dentro. Y no puedo decir más porque el relato es corto y os lo destriparía, es mucho mejor que leáis la historia de Antonia.

Cuéntanos algo sobre los otros escritores de la Antología.

JordiConocía ya virtualmente a unas pocas personas gracias a las redes sociales. Personalmente solo conozco a J.M. Zar, gran amigo de muchos años ya, y hora, desde que nos ha dado por escribir, también nos beteamos con frecuencia. Solo tiene un defecto: está en Salamanca. Aunque él diría que soy yo quien lo tiene: estoy en Barcelona. ¡Así es difícil quedar para charlar y tomar algo!

En todo caso, tanto de quien ya conocía como de quien conozco un poco ahora gracias a la antología, tengo la sensación de formar parte de una gran y entrañable familia. Estos días en el grupo de Telegram ha sido algo increíble. Solo una pega: cuando te despistas y luego ves que tienes 900 mensajes por leer ;-) 


LauraSon gente maravillosa que se han implicado un montón durante el proceso de preparación de la antología  y que siempre están dispuestos a resolver dudas y ayudar. Estoy segura de que tienen todos mucho talento, los aesthetic y los hilos de curiosidades han sido muy interesantes, y estoy deseando tener el libro en mis manos para poder leerlos.





¿Dónde podéis encontrarlos? Aquí:



lunes, 31 de enero de 2022

Cuidado con lo que deseas

 

Juana miró su nueva adquisición. Gorro rojo, sonriente y con los ojos muy abiertos. Era mayor de lo que esperaba, nunca se había parado a pensar que un papá Noel para colgar en la ventana sería tan grande. ¡Se veían tan pequeños desde la calle! Siempre había querido tener uno, desde que era niña, pero a su madre no le gustaban, pensaba que daba mala suerte tener un bicho colgado del balcón. «Daría ideas a los ladrones», decía siempre. Y, año tras año, veía cómo los vecinos los ataban, deseando algo que sabía que no podía tener. Tampoco era una gran decepción, no montó un espectáculo. Solo era una espinita que tenía clavada y, Navidad tras Navidad, sentía cierta envidia.

Con los años la desazón disminuyó, hasta que acabó como una más entre las razones por las que no le gustaba la Navidad. Había tantas que no sabía por dónde empezar. Los regalos absurdos que nunca eran lo que ella quería. Las discusiones de sus padres por decidir la casa en la que se celebraría cada cena y comida. El desembarco de su prima Lucía, que la pegaba a escondidas y cada año tenía que fingir golpearse con una puerta, sin que nadie se percatase de que siempre chocaba con la misma. Su tío Alberto, que desde hacía algún tiempo la miraba de una forma extraña, con los ojos brillantes y los labios húmedos, y siempre quería darle abrazos y hacerle cosquillas. El maldito Papá Noel que no podía colgar era solo una gota más en el océano.

Este año, por fin, se había desquitado. Llevaba tiempo deseando hacerlo y, cuando vio que su marido no solo no tenía ningún problema con ello, sino que la animaba cada vez que surgía el tema, corrió al chino de la esquina a comprar un Papá Noel escalador. No había más que uno, así que se precipitó sobre él, no fuera a llevárselo alguien y tuviera que arrepentirse. Todo el camino a casa se deslizó como una hoja de otoño que revoloteara por doquier, donde la llevase el viento, flotando y bailando. ¡Por fin! Cada día, cuando volviera a casa del trabajo, de la compra o de pasear, vería colgado de su ventana a Papá Noel, pillado in fraganti tratando de colarse para dejar los regalos. ¡Esa Navidad, por fin, sería una gran Navidad!

David no parecía muy entusiasmado con la compra. Estaba hablando por teléfono cuando llegó, organizando temas de trabajo, y la saludó distraído. Juana no quería esperar, así que sacó el muñeco de la bolsa con una sonrisa que le iluminaba la mirada y se lo enseñó. Cuando él se volvió y fijó los ojos en el muñeco, los abrió mucho, suspiró y miró al techo buscando alguna respuesta que no estaba allí. Sonrió sin muchas ganas mientras se daba la vuelta de nuevo y salía de la habitación con el teléfono en la oreja. Juana se quedó fría. ¿No le gustaba? ¿Le parecía feo? Dudó, ¿acaso no lo habían comentado varias veces? ¿De verdad él la había animado a comprarlo?

Ya no estaba segura de nada. Lo cogió y lo llevó al cuarto de la niña. Aún quedaban varios meses para que naciera Ana, pero el cuarto iba cogiendo forma poco a poco. David había pintado la habitación el mes anterior, rosa clarito, y había montado una cuna blanca, una butaca y un armario de Ikea. No destacaba por ser muy ducho con el bricolaje así que le había dejado solo con su obra. Aun así, a la vuelta tuvo que soportar sus quejas por el color absurdo, por los muebles feos y complicados, porque veía una tontería empezar tan pronto cuando quedaba tanto tiempo, porque… Al final, acabó yendo a trabajar y hablar por teléfono mientras ella miraba extasiada alrededor y se imaginaba jugando, dando el pecho y metiéndola en la cuna. Soñaba con tararear la nana que le cantaba su madre:

 

Él es tan cruel,

Colmillos de papel.

Hasta el anochecer,

Plumas en los pies.

 

Ea, niña mía,

Ea duerme ya.

Ea, niña mía

O te llevará.

 

Acudir allí la tranquilizaba cuando discutía con David, porque sabía que todo pasaría cuando naciera ella. No más discusiones absurdas. La niña los uniría de nuevo, como al principio. Dejó al muñeco en la butaca junto a la cuna en una posición en la que parecía mirar hacia la puerta.

Tenía botones como carbones por ojos y la sonrisa parecía cosida solo a medias, lo que hacía que sintiera su mirada perpleja. ¿Qué te sorprende tanto, muñeco? Mientras lo observaba, sus ojos parecían brillar. ¿Qué vería si estuviera vivo? ¿Qué pensaría de ella? ¿Que estaba muy gorda, como en ocasiones deslizaba David? ¿Sería su amigo o esa sonrisa sería falsa? Quiso creer que sería buena persona y habrían sido amigos y confidentes. Ella reiría con sus chistes y él la escucharía sin prisa. Le daría la mano y la consolaría cuando estuviese triste. Y esa sonrisa nunca desaparecería de su rostro. El gesto inmóvil del muñeco parecía invitarla a contar algo. Pero ¿el qué?

Sacudió la cabeza y se alejó de la habitación, aturdida. ¿Qué iba a saber un muñeco, que no era más que relleno y tela? Vaya forma tan absurda de volverse loca. Se dirigió hacia su cuarto, recogió una camisa de David con suciedad en el cuello y la llevó al cesto de la ropa. Cuando volvía de sus conferencias solía traerlo manchado. Nunca le preguntaba porque se sentía humillado cuando ella le señalaba algo que no había hecho bien, y no hacía falta tener broncas por todo. Juana no acababa de entender por qué llevaba siempre el cuello con roces de chocolate, suponía que eran descuidos al desayunar. ¡El pobre era tan despistado! Una vez, hasta se llevó a casa un mechero de una compañera de trabajo por error en la maleta.

Un rato después, mientras la lavadora mareaba la ropa, decidió ir a hacerle una visita al muñeco. Desde la puerta vio que seguía en el mismo sitio, en la butaca, vigilando la entrada como un guardia de palacio. Los ojos negros y agujereados se clavaban en los suyos, animándola a mirar al infinito con él. Su sonrisa inamovible, sin embargo, ahora parecía desdeñosa. Era una mueca irónica, de quien sabe algo que tú deberías saber. ¿Qué sabes muñeco? ¿Qué sabes que yo no sepa? Mientras se hacía estas preguntas la sonrisa parecía hacerse más real y los ojos más brillantes. «Yo sé lo que sé… lo que tú deberías saber». Juana se llevó la mano a la cabeza, que empezaba a dolerle. Tenía demasiada imaginación, eso le decía siempre su marido. Demasiada imaginación y muchas telenovelas, era lo que decía. Pero el muñeco seguía mirándola y sonriendo.

Se alejó, pensativa, hacia su habitación. Cuando llegó abrió la maleta de David, que no había deshecho aún. Siempre hacía lo mismo y había que poner otra lavadora con la ropa de sus viajes porque no la sacaba cuando debía. El interior era un caos, un naufragio textil lleno de colores mezclados sin sentido. Camisetas interiores blancas abrazaban varios pares de calcetines oscuros y olorosos sumergidos en el fondo. Calzoncillos sucios navegaban por la superficie acompañados por alguna camisa que trataba de hundirlos con sus tentáculos. Un desbarajuste en el que destacaba un delfín: ¿qué hacía una media roja en su maleta? El dolor de cabeza se intensificó. Debía de haberla metido ella en el cajón de sus calcetines al hacer la colada. Esas cosas pasan, a veces. Lo metió todo en una cesta y la cogió para bajarla a la lavadora.

Pasó por delante del cuarto del bebé. Incluso con la luz apagada podía sentir los ojos oscuros del muñeco. Profundos y duros, se clavaban en ella a través del cuarto. Encendió la luz y un brillo refulgió sobre los brillantes botones negros, un guiño y una sonrisa. «Yo lo sé, tú lo sabes, nosotros lo sabemos». «¿Qué sabes? No sabes nada». La cuerda roja le daba un aspecto siniestro con la sonrisa a medias. «Tú lo sabes». El dolor de cabeza dejó de ser una molestia y se convirtió en una tortura pulsante que amenazaba con reventarle el cráneo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué?

Se apoyó en la puerta y, al dejar caer la cesta al suelo, la media pareció resurgir en la superficie y desbordó al suelo. Una media de mujer roja sobre la tarima clara del suelo. Una media para seducir y pescar. Una media que no era suya. Juana resbaló sobre el marco de la puerta y se quedó sentada mirando al muñeco y esos agujeros negros sobre los que parecía caer sin fin, deslizarse hacia el infinito sin retorno, un lugar en el que no tenía que pensar. En el fondo de su mente unas imágenes circularon veloces. La media roja. El mechero. Las marcas en el cuello de las camisas. Las reuniones nocturnas inesperadas. Los regresos, más tarde aún, con olor a alcohol y a perfume. Una noria, las imágenes forman una noria que gira despacio, primero, y acelera, cada vez más rápido.

 

Media. Mechero. Marcas

Reuniones.

Media.

Mechero.

 

Al final todas las imágenes se funden en una sola: tres meses antes, el día que le enseñó la prueba de embarazo positiva. Ella estaba eufórica, ¡iban a tener un bebé! Fue corriendo, riendo, gritando, a contárselo a David. Él la miró confundido. Ella se lo dijo con una gran sonrisa. Eso era lo que había olvidado. Escondido, detrás de una maraña de culpa, de dudas y de remordimiento. Él sonrió con los labios, una sonrisa enorme, una sonrisa de lobo, llena de dientes. Los ojos, sin embargo… Los ojos eran lagos secos de toda emoción, tristes cuencas donde no podía vivir nada. Había olvidado. Y ahora recordaba. Oh, sí, recordaba.

Miró de nuevo al muñeco y a sus ojos llenos de seguridad, unos ojos que no podían mentir, unos ojos sinceros. «¿Ves? Tú también lo sabías». Lo sabía. Y sabía lo que tenía que hacer. Bajó las escaleras hacia la cocina. No pensaba. Entró. No razonaba. Se acercó a la encimera. No veía más que lo que estaba buscando. Cogió un cuchillo enorme. No podía detenerse. Salió y fue al estudio de su marido. No había vuelta atrás. Abrió la puerta y lo vio de espaldas, hablando por teléfono. Como siempre. El teléfono. El maldito teléfono. La maldita media. Todo estaba ahí. Ese era el cubil del monstruo. Se acercó a él en silencio mientras cerraba la puerta a su espalda. Levantó el cuchillo.

 

 

Diez minutos después subió las escaleras con la mano en la barandilla, tarareando una canción de cuna. Una línea roja quedaba por donde ella pasaba la mano.

 

Él es tan cruel,

Colmillos de papel.

Hasta el anochecer,

Plumas en los pies

 

Entró en el cuarto del bebé. Tenía la mirada fija en el infinito. Se acercó a la butaca sin mirar al muñeco. Antes de cogerlo se colocó el pelo y el mechón rubio quedó teñido por un líquido espeso y oscuro.

 

Ea, niña mía,

Ea duerme ya.

Ea, niña mía

O te llevará.

 

Cogió al muñeco y una mancha roja apareció en su manga. Se sentó y lo puso en su regazo, aún agarrada al cuchillo. Lo abrazó mientras se mecía hacia adelante y hacia atrás.

 

Él quiere tu canción,

Tu voz y corazón.

Él se lleva mi amor,

Él roba mi dolor.

 

 Adelante y atrás. Otra mancha roja goteaba de la pernera de su pantalón y empezó a formar un pequeño charco bermellón en el cuarto.

 

Tarareaba.