martes, 31 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Jeon Ji Hyung

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.



La luz del sol avisa que ya es media tarde. Salgo de la escuela pensando en las palabras de tristeza de una niña; en las palabras de honestidad de su compañera y compañero; en las palabras defensivas o acusadoras de otros alumnos. Mi cabeza elabora decenas de actividades para abordar el tema, que escribo una vez llego a casa. Preparo cuidadosamente cada actividad mientras las palabras insultar, negra, empujón, llorar, pesada, y otras, flotan por el aire. Me siguen cuando voy al baño, me siguen si me hago un té para descansar, me siguen cuando voy a cenar. Me siguen, porque hasta que el problema no desaparezca, tampoco van a desaparecer ellas.

    Con ánimo de plantar la semilla de la duda, la semilla de la empatía, empiezo un trabajo de grupo. Un trabajo que puede durar todo un curso, porque no es hablar de la conjugación de los verbos, en lengua; no es explicar cómo se suman o multiplican fracciones, en matemáticas, ni es un trabajo de investigación sobre la capa de ozono, en conocimiento del medio.

    Es indagar en la mente del alumnado, generar confianza para que salgan todas las emociones que llevan dentro, que aprendan a ponerles nombre y a reconocerlas también en los demás.

    Al volver el lunes, empiezo con la programación que he hecho. Trabajar la autoestima es indispensable para llegar a la empatía. Las sesiones durarán tres o cuatro semanas, según el alumnado.

    Las valoraciones sobre cada uno de ellos y ellas están en un abanico tan amplio como los colores del arco iris y los matices que hay entre ellos. Las mochilas que llevan se hacen más o menos grandes según lo que voy oyendo, sintiendo que la bola del bullying no es más que una pelota de tenis en medio de una cancha llena de otras pelotas.

    No sé si todas las actividades de la autoestima han servido de algo. Es probable que me hayan servido más a mí que a ellos, para conocerles más. En el transcurso de las semanas cambio varias veces a los chicos y chicas de sitio. Es entonces cuando se me disparan más alertas al ver a chicos que no
quieren sentarse junto a algunas chicas o chicos.

    Chicos potentes, casi líderes, obviamente negativos. Chicos que durante todo el curso vas a tener sentimientos encontrados, porque ayudan, atienden en clase, sacan buenas notas y cuando quieren se portan bien. Y aún así insultan y se meten con otros/as. Chicos que no sabes si lo hacen para llamar la atención o por simple despecho, porque les han educado así.

    El patio es el caldo de cultivo para otro caso, el peor, donde surgen las peleas por el fútbol. Donde veo la diferencia entre las faltas que hacen sus amigos y las que hace otro niño. Ese niño que causa problemas y le causan problemas. Ese niño a quien los otros dejan de lado.

    Así que cuando surgen problemas y peleas, empleas los avisos en la agenda, los castigos sin pelota, entrevistas con las familias, quedarse sin excursión y las notas disciplinarias. Pero el trabajo de educación emocional continúa, cada semana para llegar a ese punto en el que estos chicos puedan ponerse en el lugar de quién insultan y menosprecian.

    Mientras, descubro que detrás de una mirada triste, un caminar sin motivación y un halo de apatía, hay alguien que sufre mucho, desde hace tiempo. Una niña que está cansada de hacer cosas que no debe por edad, de que nadie le dé un abrazo (en todos los sentidos en los que puedas abrazar a alguien), de que la menosprecien en casa y en la escuela.

    Las mochilas llenas de tristeza y sufrimiento pesan más, pero se ven igual que las otras, desde fuera. Son difíciles de abrir, pero cuando las abres, pueden salir muchas cosas; algunas difíciles de soportar.

    Mi cabeza da vueltas preparando la primera evaluación. “Me alegro de que no se acobarde ante los que la menosprecian por su color de piel”, digo autoconvenciéndome de que eso ya es mucho. “Es menosprecio, aún se puede hacer algo bueno con ellos, antes que se convierta en acoso”, pienso repetidamente.

    “Espero que ese sentimiento de apatía, tristeza y pocas ganas de vivir se acabe disipando como el humo”, deseo con todas mis fuerzas.  Tres frentes abiertos a la vez. Tres frentes que requieren la intervención de otras personas, a las cuales doy conocimiento en la evaluación.

    El segundo trimestre seguimos con el trabajo emocional y las sanciones o avisos cuando hacen falta. Dar herramientas a las víctimas para puedan luchar contra ello, generar motivación y autoestima es algo que se convierte en preferente, más que las notas disciplinarias. ¿Por qué? Porque estas niñas y niño tienen que poder estar tranquilas en clase. Deben poder llegar a casa y descansar, incluso la que no
es querida en casa.

    En los tres meses que dura el trimestre suceden varios conflictos, como era de esperar. Pero también hay avances. Pequeños pasos que dejan paso a débiles rayos de luz, pero luz, al fin y al cabo.

    Las conversaciones en grupo de 3-4 personas, adquieren otro aire. La tristeza de una de las niñas ya no es tan evidente. Puede ser que solo sea apariencia, pero en alguien como ella, se puede ver que no es forzada. Y la otra, tiene suficiente temperamento y personalidad como para no achicarse. Aún así, todo continúa del mismo modo con el niño. La incapacidad de controlarse de él y los otros niños no ayuda a avanzar. Será por edad, por personalidad u otra cosa que no sabemos, pero son como una traca con la mecha corta a la que es urgente mojar para que ni siquiera haga humo.

    Mientras, hay espacios y momentos en los que no puedes ver a todo el mundo, ni puedes estar en todos los sitios:

   -El patio: ese espacio enorme donde juegan y se lo pasan genial, pero donde surgen los problemas como las setas en octubre; no los ves a no ser que escarbes.
   -La fila: esa hilera de críos que hablan, se ríen y se pueden chinchar sin que te des cuenta.
   -Las escaleras: esos peldaños que suben, dando una vuelta, hasta dos plantas, según en qué nivel estés (Ciclo superior, en este caso)

    No se puede estar delante y detrás a la vez, arriba y abajo o a la derecha e izquierda. Y aunque les digamos a los críos que tenemos ojos en la nuca y lo oímos todo, todos sabemos que … que va a ser que no. Sencillamente, la experiencia es un grado, y hay cosas que no se te escapan.

    Y llega la evaluación. Se pone otra vez sobre la mesa el seguimiento de estos casos como algo prioritario. Nadie tiene duda de ello aunque no todos están de acuerdo en lo que es más importante. Algunos abogan por los castigos, otros por el trabajo más emocional. Aún así, tengo suerte de tener estos compañeros y compañeras. Suerte porque se implican y ven más allá del “son cosas de niños”. La semana Santa da paso a la recta final. En mes y medio habrá que hacer una valoración de todo el curso, de cada alumno, de cada asignatura. Suspender o aprobar, eso es lo que se nos pide desde el gobierno, nada más. También desde la sociedad, la gente de la calle, quieren adultos con un buen nivel académico y un buen nivel de inglés. Nunca he oído a nadie de arriba decir que quieren niños y adolescentes que crezcan felices.

    Se llenan la boca de “lucha contra…” pero no están en las aulas para ver cómo se trabaja. No conviven con niños y niñas que aprenden a escribir, leer o geometría. No están con ellos cuando les enseñamos a trabajar cooperativamente, por expertos, o con parejas de lectura interciclos.

    No están a su lado cuando lloran, están tristes o no tienen ganas de trabajar porque se han peleado con alguien. Tampoco cuando descubrimos que sus padres no les quieren, están divorciados, están en prisión, tienen órdenes de alejamiento o un hermano que tiene una discapacidad y requiere atención continuada. Y no saben qué se vive en un aula con alumnos de diferentes culturas y religiones.

    A priori, parece fácil luchar contra el bullying y otras faltas de respeto, pero no lo es. Todo lo anterior se suma. Se suma al trabajo de los y las maestras, se suma al problema de acoso en la escuela, se suma al estado emocional del niño o niña al que están molestando e insultando una y otra vez.

    Y mientras, salgo de la escuela autoconvenciéndome de que estoy haciendo lo correcto; que son pequeños y que no llega al nivel de bullying pero es igualmente preocupante porque son acosadores en potencia y hay que frenarlos ya. Y mi mente continúa pensando en estrategias, actividades para tratar de acercarme a unos -para que no sufran más- y otros -para que entiendan que no es el camino correcto o que de que pueden pedir ayuda.

    Pero tampoco puedo descuidar a los otros 20, que no tienen la culpa de nada. Porque somos 25, 26, 27 y hasta 28 alumnos que nos meten con calzador en el aula.

    Porque hay docentes como yo que nos importan los niños y niñas que tenemos delante, que son como un lienzo en blanco en el cual puedes pintar lo que quieras y del color que quieras, pero muchas veces no tienes las herramientas suficientes para que la obra final les haga sonreír.

 Fdo: Jeon Ji Hyung

sábado, 28 de mayo de 2022

El fuego de Terulia (Inventízate)

 (Los relatos de Inventízate se cuelgan en bruto, tal y como fueron subidos a la web, sin revisar previamente. Más tarde serán objeto de Análisis y de reescritura, pero sois bienvenidos a opinar sobre el texto)

Restricciones

a. Tema central: un romance entre dos seres de planetas distintos (la Tierra no vale)..

b. Haz verosímil ese romance en al menos dos frases.


Grulp alzó tres de sus cincuenta y siete tentáculos, tiró de sendas palancas al mismo tiempo y la compuerta de la nave bajó con un suspiro, igualando la atmósfera interna con la externa. Sabía que el aire sería dulzón, pero no estaba preparado para aquello. Sus múltiples sensores identificaron decenas de sustancias químicas diferentes que, lejos del caos, conformaban una melodía que casi podía oír con su bulbo olfatorio central. Descendió despacio hacia la superficie de aquel mundo que tan bien conocía.

Y, sin embargo, solo hacía unos giros solares que lo había encontrado mientras estudiaba Terulia, una enana roja con tendencia a potentes estallidos. Uno de los planetas del sistema era diferente del resto. El análisis de su composición era muy extraño, cambiante. Durante casi veinte ciclos de luz estudió aquel punto del espacio. Cada vez estaba más convencido de que no era un planeta cualquiera. ¡Giraba en dirección contraria! Los otros cuerpos de aquel sistema lo hacían en un sentido y aquel mundo iba al revés.

Entonces, sucedió una catástrofe. Ante sus ojos, una llamarada de Terulia envolvió los tres planetas más cercanos, esterilizó su superficie con el fuego de las estrellas y avanzó hacia aquel cuarto cuerpo celestial ¡que se movió! Pareció expulsar algún tipo de chorro al espacio con potencia suficiente para esquivar la destrucción. Grulp cayó al suelo, sus 4.500 kilos tentaculosos enredados del susto.

Un ciclo de luz más tarde volvió a mirar, temeroso. Seguía allí, giraba y titilaba. Un parpadeo. Otro. Dos, tres, cinco, ocho, trece… Al rato se dio cuenta, ¡era una serie! ¡El planeta estaba vivo!

Primero fue el pesar por la previsible muerte de aquel maravilloso ser a manos de su estrella. Pero, ¿y si iba a salvarlo? Sus cinco corazones latieron desbocados, ¡podía ayudar!

Tardó otros diez ciclos en tener todo preparado para partir en su nave y poner los motores al máximo. Llegar hasta allí aún le llevaría un par de giros, pero la ansiedad y la espera hicieron crecer en él sentimientos incomprensibles que lo hacían temblar de expectación.

Al pisar el suelo, blando, orgánico, se abrió un orificio húmedo y cariñoso. Los aromas lo impulsaron a entrar y sus tentáculos encontraron donde acomodarse. El planeta lo acarició y sintió sus aromas extraños: olía a metal, a mar, a compasión y a esperanza. El enorme mundo se emocionó: había cruzado el universo solo para salvarlo de aquel infierno. Alrededor de los tentáculos el terreno tembló de alegría un instante. Entonces lo abrazó despacio amando a su salvador.

Grulp comprendió que lo quería con todos sus corazones y sus tentáculos y no podía concebir las once dimensiones sin aquel ser que lo rodeaba.

Lo amaba tanto que se disolvió en él y le dio, por fin, la energía que necesitaba para escapar de la trampa mortal de Terulia.


jueves, 26 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Anónimo


Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.


Se llamaba María. Bueno, en realidad no se llamaba María, pero bastante le estropearon la vida como para que venga ahora a proclamar su nombre a los siete vientos. María iba a mi colegio y no era la chica más guapa de la clase, yo tampoco. Quizás por eso fui más cruel con ella de lo que jamás sería ahora. Me metía con ella como hacían los demás. Tenía miedo de que se metieran conmigo, y eso no justifica una mierda. Pero ayuda a que yo entienda una situación que ahora ni se me pasaría por la cabeza. 

Hubo una vez, un viernes, que mi padre ayudó al hermano pequeño de María y ella se lo agradeció con una sonrisa. Ese día se me rompió el corazón. Cuando volvimos del fin de semana yo quería disculparme con María y ya no estaba. Se había ido del colegio, seguramente por el acoso que recibía por parte de todo el mundo, incluida yo.

En el instituto sufrí acoso de todo tipo: me amenazaron, insultaron, me pagaron, me lanzaron objetos a la cabeza (algunos me hicieron heridas) … Dejé de ir a clase porque estaba harta de sufrir día tras día y repetí curso por ello. Y, aun así, aunque eso fuera un castigo cósmico por haber tratado a María con insultos y falsas acusaciones, seguiría sin ser suficiente. 

Nadie se merece ese sufrimiento.


Fdo: Anónimo


martes, 24 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Daniel EC

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.


Fui victima de bullying al menos en dos ocasiones. Primero en preescolar debido a mi personalidad pasiva me convertí en algo así como la mascota hasta que un día mi madre fue a recogerme y se encontró que me estaban agarrando como el burrito del salón montándose encima de mi y las maestras ni pendiente. 

    Con sinceridad no recuerdo mucho de esa época. La que si recuerdo es entrando en bachillerato en donde todos los días al menos uno o dos se dedicaban a hacerme un infierno el día. Por mas de un año hice esfuerzos por encajar, pero al final no pude hacerlo y terminaron por cambiarme de liceo, lo que mas recuerdo son los intentos fallidos para defenderme ya que no sabia pelear y la mayoría eran mas altos y con mas fuerza que yo. También recuerdo que incluso habían muchachas que se unían a los que me molestaban y que por nada quería ir al liceo, pero por la razón que fuera no lo contaba a nadie (en realidad tenia bastantes problemas para relacionarme con los demás).

    Aparte del bullying que me hicieron, quizá no cuadre decirlo aquí, pero igual no puedo tapar el sol con un dedo, la verdad es que dos años después de que me hicieron bullying yo también lo hice durante 3 años a una chama. Hoy en día no estoy seguro que pasaba por mi mente y esta en el top 3 de cosas mas estúpidas que he hecho y de las cuales me arrepiento. 
    
    Lo cierto es que durante ninguno de los eventos de bullying, ni los que sufrí ni el que hice hubo intervino un solo profesor ni recibí ayuda ni regaño ni orientación. Considero que hubiese sido de mucha ayuda en los tres casos. Por ejemplo cuando me dedique a molestar a la chica que me gustaba una buena sacudida y un par de sesiones me hubiesen ayudado a poner un parado a tiempo, le hubiese ahorrado muchos malos ratos a la muchacha y me hubiese ahorrado casi 20 años de remordimiento de conciencia.

 

Fdo: Daniel EC

lunes, 23 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Anónimo

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.



Soy una persona con discapacidad. Quería dejar esto claro porque es relevante. A las personas disca nos suelen hacer mucho bullying.

    En mi caso este duró muchos años, desde primaria hasta terminar el bachillerato. Más allá de los típicos golpes, insultos... poco se habla de lo que jode el vacío. El que cuando se hagan trabajos en grupo no te eligen, por ejemplo. Luego está lo de apagarte el ordenador, que tú te des cuenta (ser disca no significa que seamos tontos), y que te digan que no, que no lo han hecho. Y que los profesores se lo crean, pero cómo se lo van a creer, es más fácil pensar que la persona disca es la que miente.

    Y no, no tenía amigos. La única amiga que llegué a tener en esos tiempos se alejó y me culpó, cómo no. Mi abuelo decía que la culpa al albañil... pues eso.



Fdo: Anónimo



 

sábado, 21 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Teresa Plaza - #LasTruculentas


Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.

 

Carta a mi yo de sexto de primaria:

    No estás gorda. No eres una estropea-acontecimientos. No eres la segundona de nadie. No eres un marimacho con falda. No eres diminuta.

    Eres lista, valiente, fuerte, ambiciosa, creativa, inconformista, luchadora y leal.

    Sé que estás pasando por una época difícil. Sé que no tienes ganas de ir a clase porque todos los días sales llorando. Sé que siempre te empujan y dicen que te van a aplastar al pasar a tu lado. Sé que no solamente van a utilizar las palabras para herirte y que, incluso te empujarán por las escaleras provocando que te quedes inconsciente. Sé que cuando te levanten agarrándote por el cuello y te defiendas, te van a regañar a ti porque “las cosas no se solucionan así”. Sé que estás literalmente a un paso de tirarte por la ventana, pero también sé que no lo harás por ella. Porque sabes que si te suicidas tu madre no soportará ese dolor, y no quieres que pase por ello. En vez de dar el paso, vas a aprender a llorar y a sufrir en silencio hasta que no puedas más. Entonces, cuando decidas alzar la voz, hasta tu padre tomará cartas en el asunto y, al año siguiente, conocerás a nuevas personas a las que llamarás amigos.

    Por desgracia, todas las palabras que te han repetido una y otra vez no van a desaparecer, y mucho menos de tu cabeza. Vas a tener inseguridades hasta que unas chicas te hagan Renacer y vuelvas a ser capaz de ponerte una camiseta de tirantes sin pensar en el qué dirán.

    Vas a tener un novio que te quiere, te admira y te anima a ponerte vestidos porque estás guapísima con ellos. Nadie se va a meter contigo por seguir durmiendo con el peluche de tu infancia. Vas a aprender un idioma completamente diferente y, gracias a ello, conocerás a una de las personas más importantes de tu vida. Vas a viajar a sitios preciosos. Vas a tener unas perras y unas gatas preciosas que van a alegrarte la vida. Vas a tocar la guitarra y a cantar en directo dando varios conciertos. Vas a publicar un libro (tras otro) sin tener casi ni idea de hacerlo, y sin haber conocido en persona a tu compañera de aventuras. Vas a rodearte de personas que te quieren, te apoyan y se preocupan por ti.

    En definitiva, sigue luchando porque la vida también te va a traer cosas por las que merezca la pena vivir.

     PD: Mamá se va a sentir orgullosa de ti, aunque ya no esté.


Fdo: Teresa Plaza García


jueves, 19 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Eukarya Mitsuki

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.



El problema comenzó cuando fui al instituto. Me quedé en clase solo con la que creía que era mi mejor amiga de mis compañeros del colegio. Soy una persona introvertida y PAS, por lo que me costó adaptarme a un instituto grande con mucha gente viniendo de un colegio pequeño. Eso hizo que me aferrara a mi amiga y sus nuevos amigos. Ella comenzó a reírse de mí por mi "inocencia" y bondad, a la vez que me alejaba de mis nuevos compañeros porque tenía que estar con ella.

    En segundo pasé yo sola a una clase donde apenas conocía a nadie. Intenté volver con el resto de mis antiguas amigas del colegio, pero no encajaba con ellas porque ya tenían su nuevo grupo. A la vez, esa antigua amiga seguía metiéndose conmigo cuando nos cruzábamos. Y también algunos compañeros empezaron a reírse de mí por estar sola y no hablar. Conseguí que una de mis antiguas amigas me aceptara con ella, pero antes de que acabara el curso decidió cortar la relación conmigo porque se sentía incómoda.

    En tercero seguía sola, aguantando las burlas de mis compañeros y otros alumnos por ello. Lo que hice fue cerrarme más y poco a poco me empezó a dar igual que estuviera sola, el problema era que se seguían metiendo conmigo por ello. No era físico, más que gomitas o papel de envolver bocadillos, pero incluso lo hacían delante de los profesores y ellos ni se inmutaban. Para muchos profesores era una molestia y les caía mal, incluso me trataban mal y me decían cosas hirientes forzándome, en vez de intentar comprender por qué era así. Tal vez influyera también que las chicas que más se metían conmigo delante de los profesores resultaran ser sus favoritas, las típicas que hacen la pelota a los profesores. Las pocas veces que "me ayudaban" era un acto hipócrita solo para sentirse mejor y crearse una buena imagen, a la vez que luego hablaban mal de mí incluso cuando sabían que las podía escuchar. No puedo contar ni 4 personas que realmente me ayudaron y no se reían de mí, a las que estoy muy agradecida, pero no sabían muy bien qué hacer y para ese entonces yo ya me había cerrado del todo.

    Pasé todo el instituto así, lo que me llevó a desarrollar ansiedad social, con la que sigo luchando incluso 10 años después. Llegué a normalizar que me trataran mal como forma de supervivencia de forma inconsciente. Sabía lo que era el bullying, pero no pensaba que eso era lo que me ocurría, ya que la imagen que tenía de ello era de una única persona que acosaba físicamente a otra todo el rato. En mis estudios superiores ya iba con miedo a clase, en un principio todos parecían amables y comprensivos, pero resultó que no era así. Empecé a ver pequeños comportamientos que había tenido que sufrir en el instituto y, el tener que aguantar tantos años, hizo que algo así me llegara a superar. Lo pasé horrible y no quería ir a clase, pese a que por fuera se viera como cosas sin importancia. Logré sacarme el título y hoy en día me niego a volver a una clase o grupo de gente.


Fdo: Eukarya Mitsuki

martes, 17 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - David

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.

 

Buenas, me llamo David. Tengo actualmente 29 años. Dejé la eso a los 15 debido en gran parte al bullying, que llevaba sufriendo desde los 6-7 años. No hubo nunca motivos en concreto, podía ser por el físico, podía ser por mi apellido, o podía ser por ser pobre, o «friki». 

    Fue muy variado, desde simples insultos, risas por la espalda, robarme cosas, romperlas, pegarme, perseguirme por el centro o incluso por el pueblo, insultar a familiares, y mucho acoso hacia mi físico, dejándome secuelas con mi autoestima hasta día de hoy.

    La peor vez fue cuando, en tercero de la eso, entre 2 clases me acorralaron en una esquina, con una mesa como «prisión» y me insultaban, escupían y pegaban bofetones. En ese momento creo que empecé a desarrollar mi TEI, así que en un ataque de rabia agarré la mesa, la aparté hacia ellos, la levanté y la tiré por los aires unos 2 o 3 metros. Casi le cae encima a una compañera que no hizo nada contra mi, aunque tampoco nada a favor mío. Me fui corriendo, hasta una maquina expendedora y me escondí en un lado, pero nadie me persiguió. Conté hasta 500 porqué una profesora me dijo que lo mejor que podía hacer era ignorarles y contar hasta 10, llegué a 500. Mi ira no bajaba, mi ansiedad tampoco. Así que empecé a pegarle puñetazos a la máquina expendedora hasta que rompí el teclado para pedir las bebidas. Me expulsaron a mí 3 días, a ellos no les pasó nada. 

    Mi padre les metió tal bronca que, obviamente, no me hicieron pagar la máquina expendedora.

    Después de ese episodio me volví muy inestable y violento, pero seguía teniendo miedo a ir a clase.

    No hay mucho más que contar, esto duró hasta que me fui del instituto. Los profesores no hicieron nada. Me culparon a mi por ser diferente. Y dijeron que mi temperamento era errático y eso les provocaba más. Normal llevaba 9 años de bullying constante.

    Cuando volví a estudiar en otro centro, un compañero intentó meterse conmigo, así que le puse la cabeza contra la mesa y le dije que si me molestaba le partía el brazo. Al patio me vino a buscar y me explicó que a él le habían hecho mucho bullying y que quería mandar un mensaje a la clase, para que no le vacilasen. Nos hicimos muy buenos amigos y a día de hoy seguimos siendo amigos. Jugamos juntos a Rol a veces.


Fdo: David





sábado, 14 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Gloria Carrasco - #LasTruculentas

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.



A mi yo de ayer:

    Hola, pequeño cervatillo. No te asustes porque sepa que ahora mismo estás sentada en el bordillo de al lado de la salida del colegio esperando al abuelo, como todos los días. No lo esperes, no llegará. Hoy aparecerá nuestra madre con los brazos cruzados, la cabeza agachada y un cigarro en la mano derecha. Ella te va a mirar, pero no te dirá nada. Se dará la vuelta esperando que tú la sigas. En ese momento aprenderás que cada persona es un universo repleto de emociones y que tu solo eres una pequeña estrella pasando por su lado. Tranquila, yo te voy a contar aquí lo que debes hacer.

    El primer paso que darás al entrar al instituto no será para nada firme, entrarás con miedo porque no sabrás qué te vas a encontrar. Mirarás hacia atrás esperando ver una cara conocida. La encontrarás, sí, en compañeros que antes estaban en anteriores años de escuela, pero ya no seréis niños: os van a tratar como adolescentes y, créeme, no sé qué es peor. 

    En ese momento ya habrás culminado tu etapa en el hospital, ya serás libre de camillas, electroencefalogramas y comida horrible. Siempre te quedará el recuerdo de aquella enfermera que al entrar en la habitación te saludaba con una sonrisa y un «Buenos días, chiqui, ¿cómo te encuentras hoy?».

    Entrarás con un corsé para la espalda, y no un corsé de esos que se citan en las historias que lees, no, para nada. Es un corsé ortopédico. Tienes una escoliosis muy aguda, que derivará en una pequeña joroba de adulta, pero ese no será tu mayor problema. Lo que más te costará será enfrentarte al ser humano. Y serás fuerte, siempre te lo han dicho. Demasiado fuerte para su edad. 

    La primera amiga que conocerás allí y que será tu mejor amiga por unos trece años, quizá quince a la que verás como una persona débil que necesita mucha ayuda en la vida, pues ella será la que más daño te haga en el futuro, pero su historia aún no te la voy a contar. Se llamará Vanesa. También entablarás una buena amistad con varios chicos, hasta el punto de llevarte miradas de odio de chicas y que tu nunca entenderás por qué. También había un chico con Síndrome de Down al que le tendrás un cariño especial, ya que era y sigue siendo un ser muy dulce e inocente. Él pensará que todos eran sus amigos, pero se equivocará, ya que ellos le harán hacer cosas horribles. Una vez, lo verás con los pantalones bajados en medio del patio, los chavales estarán en corro a su alrededor burlándose de él y tú, como si nada te importara, te vas a chivar a los profesores. Te van a odiar, te tendrán en el punto de mira, pero no te va a importar, porque al inocente niño con Síndrome de Down, no le van a volver a hacer daño. Te lo van a hacer a tí.

    En las clases de educación física te sentirás un estorbo, porque tienes que estar en una esquina ya que, por prescripción médica, no puedes hacer el mismo ejercicio que tus compañeros y te van a seguir mirando y odiando. Pero ellos no lo entienden y a ti te va a dar igual porque siempre te han dicho que eres demasiado fuerte.

    En varias ocasiones se te acercarán por la espalda y te darán golpes en el corsé para que suene y así atraer más miradas curiosas. Pero tú vas a seguir callada, caminarás lento hacia el despacho del director y se lo vas a contar.

   Van a traicionar tu confianza. En cuarto de secundaria conocerás a un chico que al parecer es hermano de un amigo de tu hermano mayor; se llamará Juan, ni siquiera lo mires, no te confíes. A las chicas les gustaba porque era un tipo guapo, pero a ti no te llenará para nada su chulería. Lo tolerarás porque a mí me trataba bien por tener ese lazo fraternal. Pero un día te pedirá el móvil porque necesitará hacer una llamada importante y se lo prestarás. No lo hagas, te vas a meter en un lío. Él acosará a una chica y se ganará tu confianza para usar tu móvil. Otra ocasión más para aprender que no debes fiarte de las personas.

    Una vez tus compañeritos te seguirán a casa. Sí, te meterás en una pelea donde lo único que deberás hacer será lo que siempre haces, callarte. Pero no ir al despacho del director y hablar, tú lo harás, hablarás muchísimo. Tu estarás en la biblioteca buscando un libro que te atrape, esa será tu droga y no la de tus compañeros. Que trapichearán por las esquinas del edificio. Cuando tú los veas en la biblioteca, lo contarás, te esperarán a la salida y entre tres personas querrán pegarte, pero tú no te dejarás. Caminarás hasta casa, donde tu padre saldrá a defenderte. Al día siguiente, la policía se afincará en la puerta del instituto hasta que acabe el curso.

    Ahora te contaré la historia que tendrás con Vanesa. Era una amistad curiosa, a su madre tú no le caerás bien y a tu madre, no le caerá bien ella. Pero tranquila, tú misma te darás cuenta más tarde. 

    Será una chica a la que verás demasiado buena o demasiado tonta, pero nunca, créeme, nunca, la verás sola. No tendrá en su vida ningún tipo de independencia y hoy.ç, en mi día a día, no sé muy bien cómo vivirá, y tampoco me alegro, pero la recuerdo muchas veces. Ella quedaba con chicos y tú la sacabas de líos. Luego te enterarás de que su madre le decía que tú tenías la culpa, que tú le habías presentado a esos chicos, que tú la obligabas a fumar. Créeme cervatillo, a esas edades, lo único que querrás es salir pronto del instituto. Pero callarás, no contarás nada porque no quieres tener problemas con nadie.

    Vas a entender la importancia de escuchar las dos versiones de la historia. Tu primer amor, tendrás varios, pero el primero, tu único novio formal hasta la fecha, te hará sufrir, te maltratará mentalmente, no confiará en tí, te llamará a altas horas de la madrugada para saber que estás en casa y no de fiesta, te amenazará y te repetirá que cambiará, pero no lo hará. Dejará en ti un sentimiento de no desear sentir amor por nadie, te resultará muy complicado aceptar invitaciones de hombres, no te verás capaz de volver a tener relaciones. Sin embargo agradecerás haber estado con él, ya que muchos de los que creías tus amigos dejarán de hablarte porque no creyeron que un hombre tan bueno haría daño a una mujer. No tendrás pruebas físicas y pocas personas se darán cuenta de tu cambio de actitud. Tranquila, no los necesitas, tú brillarás más.

    En esa época, acudirás a tu amiga Vanesa en repetidas ocasiones, para contar lo que te pasaba con él y sentirás que no te hacía mucho caso por estar pendiente de su novio Carlos. Cuando dejaste a tu novio, te sentiste muy sola y te cobijaste en tus amigos. Vanesa hacía meses que lo había dejado con Carlos y en ese momento andaba con otro chico, nunca me acordaré del nombre, pero lo llamaremos por su apellido, Minchón. La cosa entre ellos dos estaba torcida, Vanesa iba detrás de él y el pobre de Minchón, que por cierto, nunca te caerá bien, estará enamorado y dirá que ella era una muy buena niña. Por otro lado en este culebrón que te cuento, la madre de Vanesa y la hermana, la insistirán a ella en que deberá volver con Carlos, y este al mismo tiempo le calentará la cabeza a ella con volver. En este juego, estarás tú como la consejera de Vanesa ya que tú verás que ella no hacía lo que sentía e incluso te enfrentarás a sus padres para que la dejen decidir. A día de hoy aún no sabes si ella consiguió ser libre. 

    Para resumirte, Vanesa dejará a Minchón, volverá con Carlos, del que se quedará embarazada un mes después de dejarlo con Minchón y Nacho, tu mejor amigo de la infancia y con el que te reconciliarás con el tiempo, te dejará de hablar por culpa de los otros tres. Ya que, según Vanesa, a tí te gustará Carlos y en realidad era una argucia para estar con él. Sí, una excusa muy tonta, a mí me pareció ridícula en su momento, pero yo ya maduré y ahora te toca a tí.

  Porque has aprendido que las personas son complicadas de narices y que una mentira puede extenderse demasiado, hasta parecer una broma.

   Para terminar, un consejo, cervatillo. Cada vez que caigas, levanta. Porque te vas a caer muchas veces, vas a sentirte sola, vas a querer llorar. Pero siempre, vas a tener la frente bien alta. Tu vida la organizarás tú. Serás una mujer independiente, que ha estudiado lo que ha querido, que ha estado con quien ha querido y que ha opinado cuanto ha podido y no le ha importado quedarse sola para demostrar lo que valía. 

    Siempre te han dicho que eres muy fuerte para la edad que tienes, demuéstralo.


viernes, 13 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Vidad

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.


Nací con falta de oxígeno y estuve en reanimación,  eso provocó epilepsia y otros daños cerebrales (disgrafia,  rasgos autistas, dificultades de aprendizaje, descoordinación dinámica general...).

    En el colegio me costaba hacer amigos, era elegido el último en muchos juegos y se reían de mí.  En tercero de EGB se metieron conmigo muchos compañeros y uno me defendió, aunque luego en quinto se midas de colegio y nunca más supe de él.  Yo no entendía lo qué pasaba y lo que me hacían.  Solo quería ser como los demás,  tener amigos. 

    Solo destacando en el deporte me hice visible porqué muchos compañeros de clase y de otra clase (éramos dos clases por curso) pasaban de mí,  como si fuera invisible. No sé si mis crisis epilépticas les ajustaban o mi tartamudez que tuve en los primeros cursos y luego corregí. 

    No me acuerdo de más cosas porque mi cerebro borró muchas cosas de mi infancia, es un mecanismo para sobrevivir.

    Luego en el instituto (BUP y COU) estuve el primer curso tranquilo, pero algunos de mi clase se metían conmigo y yo no entendía el doble sentido ni el sarcasmo,  pero me sentía mal con ellos y a uno le di una paliza en el pasillo para que me dejara en paz. Otros los denuncié al director y  finalmente entre 2° y 3° me dejaron en paz. También no entendía la envidia contra mí.  En tercero de BUP me pasé toda la Navidad escribiendo un trabajo a mano de filosofía y con mi disgrafia me costaba el doble, luego al presentarlo y darnos las notas una compañera me dijo que ese 10 era por ese trabajo, así cualquiera. Eso me molestó,  ella no debía todo el esfuerzo y trabajo que hay detrás de eso.

    Intentaba hacer amigos, pero no había manera y era muy tímido y serio, porque quizá así siendo serio me tenían en cuenta. Metieron un lagarto en mi estuche,  no me dejarán entrar en sus grupos de amigos.

    En definitiva, situaciones dolorosas y en el instituto costaba más hacer amistad porque había muchas aulas por curso y casa curso nos cambiaban, así que nunca estabas con los mismos como en EGB. 

    Todo esto es mi historia escolar, algunos profesores me ayudaron: la psicopedagoga, los logopedas que tuve en EGB;  otros no decían nada y ante estas situaciones como si no pasara nada.


Fdo: Vidad



 

jueves, 12 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Anónimo

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.

 

Mi historia con el bullying empezó en 1°ESO. Yo siempre había sido un chico bastante introvertido y para mi mala suerte, mi facilidad para hacer amigos era nula. Ese año era todo nuevo y para mi mala suerte, me toco en una clase problemática. En total había siete repetidores, uno de ellos con 17 años. (No quiero decir que todos los que repitan curso sean malas personas, pero en este caso, no resultaron ser muy agradables).

    Yo intenté juntarme con dos chicos que venían de mi mismo colegio, pues estar solo era peligroso, pero al final, estos dos amigos solían dejarme tirado en los peores momentos y uno de ellos incluso me pegaba. Recuerdo que para desfogar mi rabia destruí su foto en la orla del colegio con un punzón. El caso es que después de intentar aliarme con estas personas y ver que no era buena idea, me harté y me quede solo. El resto del curso, los repetidores se cebaron conmigo. Incitaciones para pelear, insinuaciones de sexo oral (dado que tenía el pelo largo), golpes por la espalda, zancadillas, puntadas con el compás... Para mi supuso tal infierno, que tuve que cambiar de centro, donde el bullying continuó, pero de forma más calmada. A día de hoy y escribiendo esto, me sorprende que una persona con 17 años fuera tan desagradable como para tomarla con un niño de 12 años. Lo peor de todo es que mi forma de ver la vida cambió desde ese punto y quizás por el camino equivocado. 

    Lo que hice para salir del bullying fue comprar unas pesas y comenzar a entrenar. Gané músculo y me convencí a mi mismo de que podía con todo, dando como resultado una persona poco social  y agresiva. Si bien es cierto que mi comportamiento alejó a la gente más perversa, a día de hoy me avergüenzo de determinados comportamientos que tuve. No es que me convirtiese en un bully, pero mis reacciones a una simple broma escalaban rápido. Tarde mucho tiempo en darme cuenta de que ser agresivo no me ayudaba en nada y tuve la suerte de conseguir algunos amigos.

    Pero la sola idea de que una experiencia así condiciones tanto mi forma de ser durante el resto de la adolescencia me da pena. Siempre dicen que una de las soluciones a este problema es plantarles cara, pero en mi caso, esto me convirtió en algo que no era y nunca hubiese querido ser. Desde luego me dio la confianza, pero la violencia no debe solucionarse con violencia, porque eso puede generar problemas en el futuro si no llega nadie para volver a cambiarte.



Fdo: Anónimo

martes, 10 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Alison Oropeza

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.

 

De niña, asistí a una escuela para niños ricos. Tenía beca del 60%, pero encajaba y me llevaba muy bien con mis compañeros, hasta que cumplí 8 años y mi papá se fue. Siempre fui una niña con sobrepeso, pero por el abandono me empecé a dar atracones de Cheetos todos los días y empecé a subir más. Un día me sentaron con un niño de mi clase, llamémosle G. Él empezó a hacerme la vida imposible «por gorda». Se burlaba de mí por mi cuerpo, así como sus amigos. Le conté a mi mamá y la profesora intervino, pero sólo me hicieron «hacer las pases con G». Nos dimos la mano y quedamos que nos íbamos a llevar bien, pero pasaron tres años igual. A G, se le unió A, quien un día me gritó delante de mis primos en una fiesta de cumpleaños y cuando ellos le contaron a mi abuela, la culpa fue mía por no defenderme. Las agresiones pasaron de verbales a físicas, con jalones de cabello, golpes e insultos. Así estuvimos hasta finales de la primaria.

    A punto de acabar sexto año, teníamos que tomar clases de secundaria (ya que la escuela iba desde el kinder hasta la prepa, de los 3 a los 18 años), y en la clase de español de secundaria, hicimos una actividad: empezar un cuento y pasarle el cuaderno al compañero de al lado para que lo continuara. Y cuando mi cuaderno llegó a mí, con la letra de G estaba escrito: «Alison es una gorda y una cerda».

    Me sentí muy mal y terminé llorando cuando mi tío fue a recogerme. Él le dio la vuelta a la escuela y pasamos horas en lo que él reclamaba y amenazaba a G. Llegamos a casa y fue mi culpa por no saber defenderme. A partir del día siguiente, mis últimos días en esa escuela fueron un infierno. Las mamás de mis compañeros querían que me expulsaran y amenazaron a mi mamá, mi tío quería llevar a mis primos para que golpearan a G, mis compañeros me rechazaron y los profesores nunca intervinieron. Mi madre me incitaba a agredirlo y devolverle lo que me hizo. G nunca me volvió a dar la cara, pero por miedo y no por respeto. Nadie me preguntó nunca qué sentía. Han pasado casi 20 años y mi tío aún cree que debo agradecerle.

    Se me terminó la beca y me tuvieron que meter a la secundaria pública de la colonia. Me tocó en el turno vespertino donde conocí a quienes actualmente son mi pareja y mi mejor amiga. Sin embargo, en primer año empecé a ver mi nombre en la pregunta de «¿Quién te cae mal?» de los chismógrafos que pasábamos entre nosotros. Me sentía muy mal porque no lo entendía, aunque no me hicieron bullying como tal. Sólo supe que les caía mal a mis compañeros porque, al venir de una escuela privada, yo llevaba el nivel académico de un estudiante de preparatoria. Estaba adelantada por tres años, ya lista para certificarme incluso en el inglés. Mis clases eran solamente un refuerzo y eso me señaló como la «apestada» del grupo a la que simplemente le pedían ayuda cuando no entendían. Una compañera me regaló una cartita acabando primer año, para agradecerme porque siempre le ayudaba a entender.

    Pero pasando segundo año, me peleé con una amiga porque yo ya no quería juntarme con las santurronas insoportables como yo. No me gustaba ser así, ni sentir que mis compañeros eran inferiores. Eso derivó en uno de los peores años escolares de mi vida. En tercero, volvió el bullying por ser la gorda del grupo. Mis compañeros hacían cosas como ponerme un encendedor el trasero para ver si me tiraba un gas, pegarme chicles en el cabello, volvieron las agresiones físicas y empecé a recibir amenazas. Mis compañeras me empujaban y siempre me decían «Oye, Alison, dice N que te canta un tiro» (pelear a golpes en mexicano). Yo decía que no, pero entonces iban con ella y le decían «Oye, N dice Alison que te canta un tiro». 

    Lo peor de todo fue cuando mis compañeros empezaron a levantarse cuando yo me sentaba, como si rebotaran. Algunos hacían redoble de tambores. Ningún profesor los detuvo. Nunca se me va a olvidar cuando una amiga le puso la mano en las suyas a Alejandro para que dejara de hacerlo. Ese tipo de acciones hacen la diferencia.

    Pensé que me había librado del bullying cuando entré a la prepa. Intenté hacerme más sociable y abierta y todo era perfecto, hasta que llegué a segundo de los tres años. Me juntaba con tres que fueron mis mejores amigas por mucho tiempo: R, M y F. R y M tenían ondas entre ellas, pero había cosas que me incomodaban porque yo era muy pudorosa. Cometí muchos errores y uno de ellos fue decirles que no me gustaba que se besaran frente a mí. Yo me refería a que me incomoda ver parejas besándose, me da asco sin importar la orientación sexual (me da el mismo asco una pareja hetero besándose, no sé por qué, todo me da asco en general). No lo supe expresar y ellas pensaron que yo era homofóbica. Mis compañeros se me pusieron en contra y me aislaron. Los profesores me dieron la espalda también, a excepción de uno que me preguntó si estaba bien porque se dio cuenta de que no lo estaba.

    Los otros, en cambio, me dieron la espalda. Empecé a ver mi nombre escrito en los baños y las agresiones se dirigieron hacia mi orientación sexual. Me preguntaban cosas insistentemente como «¿Eres lesbiana?», una y otra vez. Si respondía que no, me llamaban «homofóbica». Si decía que sí, era «lencha homofóbica de closet». Sólo algunos amigos y mi pareja sabían que sólo fue un malentendido, pero nadie quiso escuchar. Un profe abiertamente gay también se creyó con el derecho de tratarme mal. Me aislaba del grupo y a mí no me permitía tener la cercanía que tenía con los demás.

    Las agresiones continuaron a través de Facebook. Recibía amenazas de que tal día me iban a pegar, me escribían cosas horribles en mi muro y no importaba si me abría otras cuentas, siempre me encontraban y me agredían. Me amenazaban incluso en la escuela, diciendo que me iban a pegar. Empecé a saltarme clases porque no podía tolerar la ley del hielo, pero escuchaba a mis profesores decir «Ella ya no viene, ¿verdad?» en lugar de preguntar por qué. La orientadora me dio la espalda y cuando me encontraban escondida en la biblioteca, sólo me preguntaban qué estaba haciendo ahí.

    Así pasé unos 3 meses, hasta que las amenazas se cumplieron. Sólo recuerdo que uno de los chicos que me amenazaban, que era mi amigo, me tenía sometida en la jardinera y él estaba encima de mí, con el puño levantado para soltarme un golpe en la cara. Una amiga le dijo «¡DÉJALA, ES UNA MUJER!», y nos separó. Nada volvió a ser igual para mí.

    Dejé de ir a la escuela por el miedo. Mi pareja me defendió, pero también le amenazaron con golpearlo si me defendía. Y claro, fue muy injusto. Un hombre gay podía golpearme, pero a él nadie le podía tocar por ser gay. Y yo estaba desprotegida, tenía sólo 16 años. Mi pareja y mi mejor amiga intentaron ayudarme, porque estuve a punto de perder el año. Me costó recuperarme, pero lo logré.

    Esa fue la última vez que sufrí bullying. Tenía 17 cuando acabé la prepa. Entré a la universidad y nadie nunca volvió a hacerme bullying. Sin embargo, la experiencia de la prepa fue la peor. Si las anteriores me provocaron un TCA por odiar mi cuerpo, la de la prepa me hizo desarrollar odio hacia mi orientación sexual, lo cual hizo más difícil reconocer que me gustan las mujeres.

    Actualmente tengo 28 años y estoy en terapia. Yo sobreviví al bullying, pero me duele mucho saber que muchas personas no. Espero que mi experiencia le sirva a alguien. A mí me hubiera gustado saber que no era la única. Al menos, para dejar de sentir que el problema era yo.


Fdo: Alison Oropeza

sábado, 7 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Anónimo


Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.


A mi pequeña guardiana del tiempo:

    Otro día más has salido de casa contando los minutos que te quedan para volver. Otro día más que te has visto obligada a salir con esa gente que solo se ríe de ti, que ocultan sus verdaderas intenciones bajo una falsa sonrisa que hasta tú misma puedes leer que algo traman.

    Vas a llorar, mi niña, lo vas a pasar muy mal. Ojalá poder estar ahí ahora contigo para decirte que todo va a ir bien, pero esa felicidad que tanto anhelas va a tardar en llegar. Y aun cuando llegue, seguirás asustada. Seguirás con miedo de que te vuelvan a rechazar, con miedo de que esas personas que hoy dicen quererte, en realidad sean una copia de las niñas que una vez te sonrieron para abrazarte y aprovechar para apuñalarte por la espalda.

    Cada vez que pienso en ti, me asaltan cientos de recuerdos. No tengo que hablarte de cuando te agarraron entre dos para que un tercero te manchara de tinta la ropa, no tengo que recordarte las veces que salías corriendo de clase para llegar cuanto antes a casa y no pudieran así acorralarte, ni tengo que recordarte la vez que te atreviste a decirlo en voz alta y la profesora dijo, delante de toda la clase, que eso era algo sin importancia.

    Hay muchos recuerdos y muy malos encerrados bajo llave y tan bien escondidos que hasta me cuesta encontrarlos cuando lo intento, pero que vuelven a salir a flote en ciertas conversaciones. Se me llenan los ojos de lágrimas y la rabia crece en mi pecho al descubrir que esas heridas cicatrizadas vuelven a abrirse y amenazan con sangrar.

    Muchos dirán que te enfrentes, que esta situación te hace fuerte, pero ¿qué sabrán ellos? ¿Qué sabrán de ti? ¿Qué sabrán de esa que ha conseguido poner a las dos escuelas en tu contra? Y aunque no sean las dos, tú lo sientes así. ¿Quién te defiende? ¿De quién recibes el apoyo?, ¿de quién la fuerza para enfrentarte a esa bruja? 

    Estás sola, mi amor. Te han dejado sola.

    Llenaría estas líneas de palabras malsonantes, rajaría el papel con el lápiz y gritaría hasta quedarme sin voz si con ello pudiera viajar a donde estás. A cuando estás.

    Te sacaría de ahí y te abrazaría, te colmaría de besos y dejaría que llores contra mi pecho. Porque yo te entiendo, porque te duele y porque me duele.

    Pero no hace falta que te hable de lo que estás pasando, no hace falta que rememoremos los que van a ser 10 de tus peores años.

    No.

    Ahora toca que nos limpiemos las lágrimas y nos sacudamos el polvo de los pantalones. Es hora de que corramos descalzas, gritemos y riamos hasta quedarnos sin voz. Porque ¿sabes qué? Que un día nos querrán por lo que somos, aunque tú no te lo creas. Ni desde cuando me lees ni desde cuando te escribo nos suena creíble, pero así es.

    De cuando yo vengo, mi niña, las cosas han cambiado. Has crecido, me ha costado verlo, pero has crecido. Eres mayor, fuerte e inteligente, y si en diez años no han conseguido hundirte, tampoco lo harán ahora.

    Así que ríe, grita y llora hasta quedarte sin lágrimas, pero nunca olvides que yo estoy aquí para lo que sea.


jueves, 5 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - S.

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.


Tengo microftalmía (uno de mis ojos no terminó de desarrollarse durante el embarazo, por lo tanto, es más pequeño y tiene menos visión). Una vez en primaria unas compañeras se rieron de mi ojo más pequeño a mis espaldas. Me enteré por una compañera.

    Así mismo tengo un hermano con discapacidad intelectual profunda, lo que significa que necesita el cuidado 24/7 de mis padres. Por lo tanto, estoy acostumbrada a resolver los problemas yo sola, además no ayuda que me cueste bastante abrirme a la gente, lo que hace que me cueste más contar mis problemas. Por eso no se lo conté a mi maestra.
    
    Por suerte, una compañera sí se lo contó. Nuestra tutora habló con toda la clase, incluso ella misma nombró un «defecto corporal suyo», tener la mandíbula más pequeña de lo común, que no se avergonzaba de ello y que en caso de tener la opción de operarse, la rechazaría. Las chicas en cuestión me pidieron disculpas y hasta aquí la cuestión.

    En la secundaria, recibí mensajes por WhatsApp de algunos compañeros de clase y de la promoción (éramos tres líneas) llamándome «ojo follado». Tenían mi número de móvil porque teníamos el grupo de WhatsApp de clase y el toda la promoción (las tres clases de primero de la ESO). 

    También un chico me llamó «ojo follado» (a mis espaldas). Me enteré porque me lo contaron. Le dije que le contase al otro chico que si tenía valor viniera y me lo dijera a la cara. No volvieron a decirme nada más al respecto.

    De pequeña me mareaba y vomitaba cuando viajaba en autobús, igual que les pasó a mis padres. Cuando fuimos de excursión a Cardona vomité (no me manché porque me dieron una bolsa de plástico) pero imitaron el gesto de vomitar, todo eso a mis espaldas. Me enteré porque me lo contaron unas compañeras. 

    Soy una persona muy tímida y me cuesta abrirme a la gente, al menos, hasta que no les tenga confianza. Por eso siempre me quedaba sola en los trabajos (no era un problema de notas, puesto que siempre he sido una buena estudiante). Era un problema de adaptación o de no sentirme incluida en la clase, tampoco mis compañeros hicieron el esfuerzo por hacerme sentir incluida. Si había un conflicto en clase, si yo estaba implicada nunca se ponía de mi lado. Y no paraban hasta que yo pidiera perdón. ¿Me pedían perdón ellos a mí por lo que me decían? No. Ellos podían decirme todo lo que quisieran, pero pobre de mí si respondía. El caso más extremo duró varias semanas, incluso el tutor tuvo que intervenir. Yo tuve que pedir perdón, ellos nunca me lo pidieron.

    Los profesores intentaban incluirme en la clase. Diciéndoles a mis compañeros que a veces podíamos hacer daño sin darnos cuenta (refiriéndose a mí). Ellos negándolo. Yo seguía quedándome sola con los trabajos. Si alguien tenía que ir conmigo, depende de la persona todo bien, depende de otros pues mostraban su descontento y al final lo tenía que hacer sola. Así hasta 4º de la ESO, vino una psicóloga a hablar conmigo, me hizo un test de inteligencia, me daba pautas para relacionarme con mis compañeros. No arreglamos nada.

    El psicopedagogo me derivó al SESMIC, él pensaba que yo tenía un trastorno del espectro autista y que de ahí venía mis problemas a la hora de relacionarme con los demás. Después de hacer varias pruebas, todas negativas, la conclusión fue que tenía timidez. El psicopedagogo de mi instituto se sorprendió cuando mi madre le dijo que las pruebas salieron negativas. Él estaba convencido de que yo tenía algo. Las sesiones en el SESMIC acabaron cuando yo tenía 18 años, lo cual fue más pronto que tarde.

    Debido al hecho de no sentirme incluida en clase, no tener un grupo de amigos estable, me planteen el suicidio. Lo que me hecho para atrás fue que hacerlo hubiera destrozado a mi madre. Y aunque parezca una chorrada, seguía un manga de forma semanal y el ver como continuaba y que aún estaba sin terminar me salvó la vida. A parte, de ver como querían cumplir sus sueños sin importarles el resto, me hizo querer seguir adelante, ya que yo quería ser escritora. También me sentí muy unida a mi madre por eso. Ella se convirtió en mi confidente y mi mejor amiga.

    Todo lo de sentirme excluida siguió en el bachiller. Aunque en ese momento ya tenía una amiga (teníamos gustos similares), algunas veces hacía los trabajos conmigo y otras con otros compañeros (ella también era tímida pero sí que se sentía incluida en la clase y los otros la incluían). Una de ellas me ignoraba porque no le caía bien (no sé por qué no le caía bien la verdad). Aunque nunca me sentí incluida del todo, tenía a esa amiga con quien compartía mis mismos gustos por la lectura, Sherlock Holmes, etc.

    Mi madre me dijo que después todo iría mejor. Y así fue, empecé la FP. Y me sentía incluida dentro de clase. Hice mi primer grupo de amigas. Dos. Pero también me llevaba bien con todos. Ya no quedaba excluida en los trabajos. Y así todo bien. 

    Hasta que empezó la pandemia y empezó el confinamiento. En verano volví a quedar con mis amigas. 

    Empezó el segundo curso. Había la norma de que las FP y el bachiller hiciera una semana presencial y otra virtual. Separaron el grupo por la mitad. 15 y 15. Me separaron de mis amigas. Se priorizo a los grupos del trabajo de fin de ciclo. No estaba pasando en un buen momento. Creía que me seleccionarían para las prácticas DUAL  (prácticas en las que se cobra un dinero). Pero muchas empresas se echaron para atrás con la pandemia. Encima me afectó no poder estar con mis amigas. 

    El grupo del trabajo de fin de ciclo, mis compañeras eran demasiado amigas. Lo que significa que cada un se ponía de parte de la otra. Había una que intentaba poner paz pero no lo conseguía, tampoco quería mancharse mucho. La otra venga a atacar, venga a atacar. Por WhatsApp. Nunca en la cara.

    Durante el primer trimestre, faltaron bastante. Una por problemas familiares y la otra porque hacía otros trabajos con ella y no tenía carné de coche para ir a clase. Así que tenía que esperar a que la otra fuera a recoger a los niños y después dejarlos con su madre e ir a clase (el horario era por la tarde). Tuvimos una alerta del profesorado porque faltaban mucho. Más o menos lo arreglamos. Yo avanzaba el trabajo. Pocos días para el plazo de la primera entrega. Quedamos en casa de una de ellas (la que es madre) y hacemos el trabajo. De un día para otro lo cambian todo. O casi todo. Sin avisar. Entregamos. A la madre le ponen una nota más baja porque es la que ha faltado más. La otra se enfada porque dice que yo es la que lo tendría que haber tenido más bajo. Que lo habían hecho todo ellas. Normal si borran todo lo que pongo y lo cambian. Seguimos, la segunda entrega bien. Ahí como no pudieron cambiar nada y faltaron mucho en clase, terminaron la parte que les tocaba sin cambiar nada. No hubo quejas de la nota. 

    La tercera entrega del trabajo también hubo quejas por WhatsApp porque una creía que yo merecía menos nota. 

    Con el trabajo teórico, bueno, nos daban dos horas en clase, las últimas del viernes. No había muchas ganas la verdad, se la pasaban hablando. Yo hacía algunas partes los fines de semana (pequeñas porque no me gusta avanzar mucho los trabajos sin consultar la otra parte). Bien, tenemos que hacer todo el trabajo a finales de junio. Me avisan de los cambios de mi parte en tiempo muy justo (media hora antes de la exposición). Exponemos. Hay una pregunta que hace la profesora del tribunal, que contesto yo. La contesto bien. Mis compañeras me felicitan por contestar bien la pregunta. Llegan las notas. Otra vez pelea en el grupo de WhatsApp por porque tengo la misma nota que ellas. Una intentando poner paz sin mucho éxito. La otra diciendo que esa nota la tenía gracias a ellas. Todo eso por el WhatsApp. Nunca nada a la cara. Entre esta presión por el miedo a que se metieran conmigo, no poder estar con mis amigos, a que en otro trabajo grupal yo lo tenia que hacer casi todo y no haber conseguido la plaza DUAL. Me hizo plantearme el suicidio otra vez. Me echó para atrás el disgusto a mi madre y la esperanza de la universidad todo mejor y sueño de ser escritora. Incluso pensé en no ir a mi graduación de la FP por miedo a encontrarme con esa compañera. Al final sí que fui pero ella no porque trabajaba.

    Ahora estoy en la universidad, estoy muy feliz. Me siento incluida en la clase, tengo mi grupo de amigos, no me quedo excluida en los trabajos (aunque ese temor aún sigue). Conservo varias amigas del ciclo.


Fdo: S.

 

miércoles, 4 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Vil Nocheterna

 

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.

Soy consciente de que mi experiencia no alcanza la gravedad de otras personas pero ni de lejos; sin embargo, haber crecido en un entorno familiar tóxico, pienso que sí da crédito a mi dolor. 

    ¿Relacionado con el acoso escolar? Bueno, lo típico según las circunstancias. 

    La presión a la que te someten, cuando las hormonas empiezan a tomar el control, para que digas quién te gusta cuando a ti no te interesan esos temas. Decir lo primero que se te viene, para que luego tus compañeros empiecen con mensajes en el encerado. Preguntarte incluso si eres virgen, cosa que me parece violento y fuera de lugar. 

    Apodos varios: mono, chimpancé, cuatro ojos, alien, la sangres. 

    Alentación a algún alumno de otro aula para agredirme tras el término del recreo, siendo partícipe un vecino de mi edificio. 

  Quitarme las gafas incluso ante mi advertencia de que las tenía pegadas, y que terminaron por romperme. 

    Mis amigas también eran cómplices, pues se reían cuando me hacían algún comentario «gracioso».     ¿Por qué seguía con ellas? Porque nadie quiere estar realmente solo. 

    Llegué en un momento dado a la autolesión, pero ni los profesores se quisieron dar cuenta. Y el que lo hizo, me preguntó qué había pasado. "" Me aburría "" le dije y me creyó, pese a que es imposible que alguien de 15 años se hiera las manos por aburrimiento. 

    Pequeñas cosas que me han ido machacando, heridas aun abiertas y cicatrices que no se ven; y que por ello no justificante a ojos de quien no me conoce, mi abocamiento y desgana. 

    En fin. Debería estar contenta y agradecida de no tener una experiencia, digamos, grave. 

    Aún vivo, que ya es bastante.


lunes, 2 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Mario Durán

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.



Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un niño llamado Mario. Ese niño vivió y creció pensando que la culpa de lo que le pasaba en el colegio era suya. ¿Cómo no iba a serlo, si le daba miedo que le pegaran? Siempre creyó que si no hubiera tenido miedo, no le habría pasado nada. Quizá esa es una de las cosas más perversas que tiene nuestra mente: culparnos a nosotros mismos por lo que hacen los demás.

    Mario tenía algunas características que lo hacían un poco diferente. Era alto, tenía gafas y era listo. Tres cosas que lo sacaban de la media y lo marcaban. Al principio solo se reían de él para hacerlo rabiar o lo elegían el último en los equipos aunque corría como el que más.
    
    Todo cambió en tercero o cuarto de EGB, es difícil acordarse ya. Había dos repetidores en la clase. No solo eran mayores, sino que eran malos. Y la mala suerte quiso que la tomaran con él. Empezó con rimas a su nombre, canciones, empujones... Burlas destinadas a destrozarlo. Y lo habrían conseguido si no hubiera tenido a unos amigos con los que tirar para adelante. Quizá en aquel momento no se dio cuenta, pero con el tiempo, con los años, vio que pudo salir de aquello gracias a ellos. A., F. y JM. fueron sus apoyos.
   
    Día tras día, las burlas, collejas, golpes en el patio, iban entrando en su cabeza como un taladro. No podía escapar porque, además, sacaba buenas notas casi sin querer. ¿Cómo no odiar al gafotas ojito derecho del profesor?

    El acoso se desplazó fuera del colegio. Mario iba a Judo y allí, casualmente, también iba uno de los graciosillos de la clase. No el más malo, pero sí un hijoputa listo. Lo suficiente para joderle también allí.
    
    ¿Qué hacían los profesores? Nada. Eran cosas de chiquillos. ¿Y los padres? Los padres de Mario sí sabían que era un problema, pero no parecía tan malo. Trataron de ayudarle. Defiéndete. No te enfades cuando se rían de ti o ríete con ellos. Quizá Mario no fue capaz de enseñarles la magnitud del problema, quizá ellos no fueron capaces de verlo. Quizá la vida habría sido de muchas formas diferentes, pero fue como fue.

    Al cabo del tiempo, la ira acumulada la empezó a soltar en casa con sus hermanos pequeños. Peleas, gritos... Lo que no se atrevía a hacer fuera, lo hacía en casa. No fue una buena época, pero después de un tiempo dejó de soltar la furia con ellos.

    Muchas veces su fama lo persiguió por la calle. Amigos de los repetidores lo encontraban, le impedían usar los campos de fútbol, se metían con él por la calle, o le daban algún que otro golpe porque parecía que los había mirado mal. Y él bajaba la cabeza. Era más alto que ellos pero se sentía más pequeño que ninguno.

    La frustración era muy dolorosa y se refugió en los libros. Los devoraba, uno detrás de otro, mundos de fantasía donde podía soñar ser otra persona, no tener miedo, ser el héroe.

    Cuando llegó el momento de dejar el colegio e ir al Instituto su mundo se iluminó. ¡Clases mezcladas! ¡No volvería a estar con sus abusones! Es difícil describir la felicidad con la que abrazó el comienzo de la nueva etapa. Hasta que encontró a uno de ellos en su clase.

    Uno que se empeñó en tratar de revivir todo lo que había pasado en el colegio, en el instituto. Burlas, tizas tiradas en mitad de la clase a su cabeza, a su espalda. Hasta que un día no pudo más y explotó. No fue algo meditado. No pensó: esto se tiene que acabar. No. Le dijo: ¡A la salida me esperas! Y luego pasó el día entero acojonado por lo que podría pasar a la salida.

    Al final solo fueron dos empujones. Aquello jamás debió suceder. Podría haber recibido una paliza. Podría haber acabado en el hospital. Quizá fue un golpe de suerte que apareciera el jardinero del parque justo en ese momento y los ahuyentara a todos. Fue la primera vez que se puso en pie y protestó y eso provocó un cambio. Ya no fue el patito feo del que todos se burlaban. Lo dejaron en paz. Y pudo por fin florecer y crecer hasta ser un cisne maravilloso.

     Nada de todo aquello fue culpa suya igual que no es culpa de una mujer llevar minifalda. La culpa siempre está en el agresor, pero eso es difícil de entender y asimilar. Muy difícil. Mario ha pasado toda su vida pensando que eso pasó porque tenía miedo de que le hicieran daño pero hasta este mismo momento no se ha dado cuenta de la irracionalidad de ese pensamiento.

    No hagas como él. No hagas como yo. No eres culpable de de nada.

    Repítelo mil veces y créetelo porque es cierto.

    NO TIENES LA CULPA DE NADA.