martes, 10 de mayo de 2022

Historias desde el dolor - Alison Oropeza

Cuatro fotografías. Esquina superior izquierda, una pizarra blanca en la que aparece NO BULLY ZONE escrito con rotulador. En una esquina pone latapadelbaul.es Esquina superior derecha, una pizarra blanca en la que pone BULLIES ARE NOT WELCOME HERE escrito con rotulador. Esquina inferior izquierda, un niño en una esquina llorando, junto a un montón de libros, al que se le acerca otro niño para ver lo que le pasa. Esquina inferior derecha, una niña en un pupitre echada encima de sus libros, llorando, rodeada de un montón de niños y niñas que parecen estar gritándole cosas negativas.

 

De niña, asistí a una escuela para niños ricos. Tenía beca del 60%, pero encajaba y me llevaba muy bien con mis compañeros, hasta que cumplí 8 años y mi papá se fue. Siempre fui una niña con sobrepeso, pero por el abandono me empecé a dar atracones de Cheetos todos los días y empecé a subir más. Un día me sentaron con un niño de mi clase, llamémosle G. Él empezó a hacerme la vida imposible «por gorda». Se burlaba de mí por mi cuerpo, así como sus amigos. Le conté a mi mamá y la profesora intervino, pero sólo me hicieron «hacer las pases con G». Nos dimos la mano y quedamos que nos íbamos a llevar bien, pero pasaron tres años igual. A G, se le unió A, quien un día me gritó delante de mis primos en una fiesta de cumpleaños y cuando ellos le contaron a mi abuela, la culpa fue mía por no defenderme. Las agresiones pasaron de verbales a físicas, con jalones de cabello, golpes e insultos. Así estuvimos hasta finales de la primaria.

    A punto de acabar sexto año, teníamos que tomar clases de secundaria (ya que la escuela iba desde el kinder hasta la prepa, de los 3 a los 18 años), y en la clase de español de secundaria, hicimos una actividad: empezar un cuento y pasarle el cuaderno al compañero de al lado para que lo continuara. Y cuando mi cuaderno llegó a mí, con la letra de G estaba escrito: «Alison es una gorda y una cerda».

    Me sentí muy mal y terminé llorando cuando mi tío fue a recogerme. Él le dio la vuelta a la escuela y pasamos horas en lo que él reclamaba y amenazaba a G. Llegamos a casa y fue mi culpa por no saber defenderme. A partir del día siguiente, mis últimos días en esa escuela fueron un infierno. Las mamás de mis compañeros querían que me expulsaran y amenazaron a mi mamá, mi tío quería llevar a mis primos para que golpearan a G, mis compañeros me rechazaron y los profesores nunca intervinieron. Mi madre me incitaba a agredirlo y devolverle lo que me hizo. G nunca me volvió a dar la cara, pero por miedo y no por respeto. Nadie me preguntó nunca qué sentía. Han pasado casi 20 años y mi tío aún cree que debo agradecerle.

    Se me terminó la beca y me tuvieron que meter a la secundaria pública de la colonia. Me tocó en el turno vespertino donde conocí a quienes actualmente son mi pareja y mi mejor amiga. Sin embargo, en primer año empecé a ver mi nombre en la pregunta de «¿Quién te cae mal?» de los chismógrafos que pasábamos entre nosotros. Me sentía muy mal porque no lo entendía, aunque no me hicieron bullying como tal. Sólo supe que les caía mal a mis compañeros porque, al venir de una escuela privada, yo llevaba el nivel académico de un estudiante de preparatoria. Estaba adelantada por tres años, ya lista para certificarme incluso en el inglés. Mis clases eran solamente un refuerzo y eso me señaló como la «apestada» del grupo a la que simplemente le pedían ayuda cuando no entendían. Una compañera me regaló una cartita acabando primer año, para agradecerme porque siempre le ayudaba a entender.

    Pero pasando segundo año, me peleé con una amiga porque yo ya no quería juntarme con las santurronas insoportables como yo. No me gustaba ser así, ni sentir que mis compañeros eran inferiores. Eso derivó en uno de los peores años escolares de mi vida. En tercero, volvió el bullying por ser la gorda del grupo. Mis compañeros hacían cosas como ponerme un encendedor el trasero para ver si me tiraba un gas, pegarme chicles en el cabello, volvieron las agresiones físicas y empecé a recibir amenazas. Mis compañeras me empujaban y siempre me decían «Oye, Alison, dice N que te canta un tiro» (pelear a golpes en mexicano). Yo decía que no, pero entonces iban con ella y le decían «Oye, N dice Alison que te canta un tiro». 

    Lo peor de todo fue cuando mis compañeros empezaron a levantarse cuando yo me sentaba, como si rebotaran. Algunos hacían redoble de tambores. Ningún profesor los detuvo. Nunca se me va a olvidar cuando una amiga le puso la mano en las suyas a Alejandro para que dejara de hacerlo. Ese tipo de acciones hacen la diferencia.

    Pensé que me había librado del bullying cuando entré a la prepa. Intenté hacerme más sociable y abierta y todo era perfecto, hasta que llegué a segundo de los tres años. Me juntaba con tres que fueron mis mejores amigas por mucho tiempo: R, M y F. R y M tenían ondas entre ellas, pero había cosas que me incomodaban porque yo era muy pudorosa. Cometí muchos errores y uno de ellos fue decirles que no me gustaba que se besaran frente a mí. Yo me refería a que me incomoda ver parejas besándose, me da asco sin importar la orientación sexual (me da el mismo asco una pareja hetero besándose, no sé por qué, todo me da asco en general). No lo supe expresar y ellas pensaron que yo era homofóbica. Mis compañeros se me pusieron en contra y me aislaron. Los profesores me dieron la espalda también, a excepción de uno que me preguntó si estaba bien porque se dio cuenta de que no lo estaba.

    Los otros, en cambio, me dieron la espalda. Empecé a ver mi nombre escrito en los baños y las agresiones se dirigieron hacia mi orientación sexual. Me preguntaban cosas insistentemente como «¿Eres lesbiana?», una y otra vez. Si respondía que no, me llamaban «homofóbica». Si decía que sí, era «lencha homofóbica de closet». Sólo algunos amigos y mi pareja sabían que sólo fue un malentendido, pero nadie quiso escuchar. Un profe abiertamente gay también se creyó con el derecho de tratarme mal. Me aislaba del grupo y a mí no me permitía tener la cercanía que tenía con los demás.

    Las agresiones continuaron a través de Facebook. Recibía amenazas de que tal día me iban a pegar, me escribían cosas horribles en mi muro y no importaba si me abría otras cuentas, siempre me encontraban y me agredían. Me amenazaban incluso en la escuela, diciendo que me iban a pegar. Empecé a saltarme clases porque no podía tolerar la ley del hielo, pero escuchaba a mis profesores decir «Ella ya no viene, ¿verdad?» en lugar de preguntar por qué. La orientadora me dio la espalda y cuando me encontraban escondida en la biblioteca, sólo me preguntaban qué estaba haciendo ahí.

    Así pasé unos 3 meses, hasta que las amenazas se cumplieron. Sólo recuerdo que uno de los chicos que me amenazaban, que era mi amigo, me tenía sometida en la jardinera y él estaba encima de mí, con el puño levantado para soltarme un golpe en la cara. Una amiga le dijo «¡DÉJALA, ES UNA MUJER!», y nos separó. Nada volvió a ser igual para mí.

    Dejé de ir a la escuela por el miedo. Mi pareja me defendió, pero también le amenazaron con golpearlo si me defendía. Y claro, fue muy injusto. Un hombre gay podía golpearme, pero a él nadie le podía tocar por ser gay. Y yo estaba desprotegida, tenía sólo 16 años. Mi pareja y mi mejor amiga intentaron ayudarme, porque estuve a punto de perder el año. Me costó recuperarme, pero lo logré.

    Esa fue la última vez que sufrí bullying. Tenía 17 cuando acabé la prepa. Entré a la universidad y nadie nunca volvió a hacerme bullying. Sin embargo, la experiencia de la prepa fue la peor. Si las anteriores me provocaron un TCA por odiar mi cuerpo, la de la prepa me hizo desarrollar odio hacia mi orientación sexual, lo cual hizo más difícil reconocer que me gustan las mujeres.

    Actualmente tengo 28 años y estoy en terapia. Yo sobreviví al bullying, pero me duele mucho saber que muchas personas no. Espero que mi experiencia le sirva a alguien. A mí me hubiera gustado saber que no era la única. Al menos, para dejar de sentir que el problema era yo.


Fdo: Alison Oropeza

1 comentario:

  1. ¡Qué fuerte! qué dolor que hayas tenido que pasar por todo eso en tu niñez, especialmente sola, pues es cierto, los adultos voltean a otro lado cuando esas cosas suceden. Cuando sufrí bullyng en la secundaria, recuerdo también cómo la psicóloga trataba de adornar la verdad diciendo cómo cada agresión era señal de que todos querían llamar mi atención porque querían ser amigos míos. No fue hasta que entre cuatro me agarraron a golpes, me desgarraron el uniforme y me rompieron el trabajo que llevaba en las manos, que los directivos "sospecharon" que no eran tan buenos amigos. Aún así, nadie hizo nada solo les llamaron la atención; la situación mejoró porque aprendí a regresar los golpes. Me dejaron en paz porque aprendí a pelar sucio. Cuando me cambiaron de escuela para la prepa, fui muy feliz.

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