miércoles, 16 de febrero de 2022

Una niña cualquiera (II)

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¿Por qué esa niña? Esa pregunta rebota entre los pensamientos de Caín a lo largo del trayecto, mientras arrecia el picor de su oreja. Es una pieza que no encaja en el puzle, y no le gustan las cosas que no encajan. Lo hacen sentirse inquieto, nervioso, como si hubiera una broma a su costa y él fuera el único que no se da cuenta. 

El helicóptero se aproxima al complejo de SIERPE mientras sigue con sus pensamientos. Es del tamaño de una ciudad pequeña, con edificios por todas partes y túneles conectores entre ellos. El conjunto tiene forma de hexágono y contrasta con el terreno baldío alrededor. Alguien que consiguiera llegar a pie lo vería como un espejismo, un castillo surgido en medio de un campo muerto, sin árboles, sin animales, sin agua. Después, acabaría muerto por las minas, los drones equipados con rayos de plasma o cualquiera de las otras múltiples defensas que lo rodean.

En el extremo sur, sin embargo, converge una red de vías de tren sobre uno de los lados del perímetro. En el tiempo que tardan en aterrizar llegan al menos diez trenes desde diferentes direcciones: entran sin parar a través de una puerta y vuelven a salir solo unos minutos después. Hace diez años que trabaja allí, pero aún no conoce muchos de los proyectos secretos de la compañía y este es uno de los mejor protegidos. Quizá hoy, por fin, lo averiguará. Tiene una cita con la Directora para hablar sobre su futuro en SIERPE.

Aterrizan en el helipuerto de la pared norte. Cuatro torres de seguridad automáticas lo rodean y activan su armamento en cuanto tocan tierra. El primer terrorista que recuperó provocó muchos problemas y los procedimientos se modificaron de forma radical a partir de ese momento. A una decena de metros del helicóptero se abre una hendidura en el suelo y se eleva una bloque cúbico blindado con una ventana a cada lado. 

Caín baja del vehículo mientras agarra a la chica por un brazo y la lleva hacia un lateral del cubo. El olor de aquel sitio, a grasa de máquinas y a pólvora, siempre lo tranquiliza al llegar, le hace sentir en casa. Los ruidos familiares del complejo lo engullen en su rutina y lo ayudan a relajarse. Hoy no.

Las torretas lo siguen todo el camino sin hacer ruido. Al llegar, coloca la mano sobre un lector y una luz roja escanea sus ojos durante un segundo. Entonces, una parte de la pared se desliza hacia un lado y permite el acceso al interior. Por la puerta se pueden ver un aseo y una cama, soldados ambos por dentro a las paredes. Se acerca y le quita las esposas y el collar.

—Entra. Esta va a ser tu casa durante mucho tiempo. Eres como todos tus compañeros, una asesina. Hoy has matado a cinco personas, pero serán las últimas —dice Caín. La mira con cansancio pero ella no levanta la vista del suelo.

La chica entra despacio, resignada. Inspira y espira hondo varias veces y se queda de pie en el centro de la celda, mirando al infinito. El recuperador se siente incómodo y la oreja le molesta de nuevo. Duda, aproxima la mano para cerrar la puerta y la retira en el último momento. Necesita saber. Poco a poco la idea de que hay algo que no encaja va calando en su mente. 

—¿Por qué lloraste con esa niña? —dice él. 

—Es una buena pregunta. Como dices, he destruido colegios. Búscalos, verás lo despiadada que soy. En mi expediente tienes todo lo que necesitas, capitán. Pero ten cuidado. Puede que no te guste lo que veas cuando te mires en el espejo. —La chica entra y se tumba en la cama.

No va a obtener nada más de ella así que introduce la clave de bloqueo. La puerta se cierra despacio, sin ganas. Acto seguido, el cubo comienza a descender y la apertura en el helipuerto desaparece. A la terrorista le espera un largo paseo a través de raíles robotizados que arrastrarán la celda hasta el módulo en el que debe estar, sin interactuar de ninguna manera con elementos humanos. Dentro del cubo la energía no se puede condensar para ejecutar ningún tipo de ataque. Es un sistema a prueba de fallos.

Caín va hacia las oficinas para presentar su informe. Es duro contar cómo han muerto sus compañeros sin que haya podido hacer nada por evitarlo. Siente el impulso de gritar y golpear la pared. Ha enterrado a tantos ya que, cuando vienen a visitarlo por las noches, a veces confunde sus caras y sus nombres. No les tiene miedo, son sus hombres y le reconforta verlos, pero siente que les ha fallado. A todos y cada uno de ellos. Cada noche promete que la próxima vez será diferente, que no habrá bajas. Cada mañana se despierta sintiéndose un mentiroso.

Termina de hacer el reporte y se dirige a los vestuarios. Se ducha y no consigue limpiarse la culpa por haber sobrevivido. Se viste para ver a la Directora y luego camina al tubo de transporte del nivel inferior e introduce las coordenadas. Tardará unos quince minutos en llegar. Por el camino utiliza un holopad conectado a la red para revisar el expediente de la chica. Despliega la pantalla y una imagen tridimensional holográfica surge ante él con su ficha. Se llama Isabel y tiene veinticinco años. Hay registros de su actividad terrorista al menos desde que tenía quince. Una buena pieza. Busca las bajas civiles mientras se rasca la oreja; ya revisó su expediente antes de la misión así que no le sorprende lo que ve.

Hace dos años destruyó un colegio infantil de un pueblo pequeño. Había 57 personas entre niños y profesores. Nadie consiguió escapar. ¿Cómo podía una persona ser tan cruel? Otro hace solo tres meses, 90 personas, una ciudad algo mayor. ¿Simples ansias de matar? Asqueado, está a punto de cerrar la pantalla cuando ve algo raro. No es consciente de que el picor de la oreja se ha detenido.

Todas las víctimas deben estar enlazadas en el expediente de su asesino para tener una ficha completa. Sin embargo, no encuentra el hipervínculo de ningún muerto en los escenarios de terrorismo. Solo hay números. Revisa el informe que ha preparado sobre la intervención de hoy y ahí están: enlaces hacia las fichas de sus compañeros muertos que le miran desde la pantalla. No son más que representaciones digitales pero son tan reales que pierde el aliento un segundo. La niña civil aún es una desconocida y no tiene su propio expediente. Vuelve hacia atrás y los atentados siguen sin tener ningún enlace.

Recuerda que la destrucción de lugares de concentración de personas es algo que los terroristas energéticos hacen a menudo y revisa el expediente de otros que ha detenido. Lo hace a conciencia, no quiere dejarse llevar por coincidencias. La cápsula en la que viaja empieza a frenar, indicando que se acerca al destino, pero él no se da cuenta.

—¡No me jodas! —se le escapa cuando tiene todos los datos.

No hay hipervínculos en ningún expediente, salvo sus informes. Busca en la red global información sobre los atentados: noticias, declaraciones, esquelas, cualquier cosa que pueda verificar los datos que aparecen en las fichas. No hay absolutamente nada.

Sale de la cápsula despacio y se apoya en la pared. No entiende lo que ha visto. Es imposible. Si es cierto, eso significa… Mierda, ¡significa que están trayendo gente inocente!  Caín sabe lo que está viendo. Esos datos están introducidos a mano de forma chapucera. ¿Han matado a alguien acaso? ¿Cómo pueden ser inocentes todos? ¡Los ha visto masacrar a sus compañeros durante años!

Tienen un inmenso poder. ¿Es eso suficiente para encerrarlos? ¿La posibilidad de que algún día causen daños? Hace décadas que se firmó el armisticio con los energéticos. Las personas que él ha recuperado son terroristas, asesinos que no han querido aceptar el acuerdo de paz, ¡tienen que serlo! ¿Acaso han muerto tantos de sus compañeros por nada? Le cuesta creer que un gobierno apruebe detenciones preventivas masivas. Pero eso no es un gobierno, es una corporación. Es SIERPE. 

Las hormigas de su oreja le muerden de nuevo. No tiene mucho tiempo, pero es suficiente para buscar un dato nuevo, algo que hasta ahora no había revisado. Tiene miedo de conocer la respuesta. Cuando sale el resultado en pantalla, el holopad cae al suelo y se parte. Lo deja allí y camina como un zombi hacia su cita. Se encuentra con personas que le saludan, pasa controles biométricos y cruza una zona de cultivos hidropónicos. No es consciente de nada de eso. Solo puede pensar en el número de bajas civiles en las intervenciones de recuperación.

Una única baja civil en diez años.

Hoy.


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