miércoles, 19 de enero de 2022

Ya estoy harto

Han vuelto. Los he sentido en cuanto han traspasado el umbral del vórtice. Un elfo y su montura, creo que un caballo. Vienen solos, como casi todos los que cruzan a este mundo desolado. Son los quintos esta semana, y todavía estamos a miércoles. ¿Por qué no pueden dejarme en paz?

Cabalgan despacio, examinando todo lo que encuentran a su paso. Lo que ven les recuerda el mundo del que vienen y los horrores que encontraron en Distopya. Mientras avanzan, el elfo ve restos de lucha y en su memoria se forman las imágenes de la ciudad de Ébano. Me derramo de tristeza mientras veo el fuego consumiendo las casas y los campos de la capital, que presumía de una belleza sin parangón. Las lágrimas escuecen en mi deformado rostro, pero son una señal de que aún no estoy perdido.

Ya están a mitad de camino y el caballo avanza cada vez más despacio. El elfo lo sabe, pero no hace nada por acelerar el paso. El olor de los cadáveres en descomposición asusta al equino y su mente es un torrente de sensaciones que me desequilibran. Siente un miedo atroz que trepa por sus patas y continua, lento pero sin pausa, conquistando terreno como una infección en busca de un alma. 

Hace varios meses que me escondo aquí, pero siguen viniendo a buscarme. Me exilié de forma voluntaria para morir y, sin embargo, no dejan de intentar que vuelva a la vida. ¿Qué los anima a venir? ¿Cuán grande es su sed de aventuras que no permiten que me convierta en leyenda?

Encuentran la entrada a la montaña y avanzan con cuidado entre restos de diferentes especies. Humanos, ogros, caballos alados… Tienen donde elegir para preparar su antorcha. Me levanto y me preparo para recibirlos. Hay poco que pueda hacer por ellos ya. Lo he intentado todo, pero nadie me escucha. Tienen sus prejuicios, sus temores y sus cuentos de viejas. ¿Cómo puedo luchar contra la adrenalina o siglos de incultura?

Al fin, llegan a mi caverna. Un hueco inmenso en la piedra con múltiples salidas a tantos otros pasadizos, con un lago en el medio. El elfo se separa del caballo y me busca espada en mano. Su animal retrocede, tropieza con una piedra y cae al agua como una bomba. Trato de salvarlo pero, al ver que me acerco, muere de la impresión. Su dueño grita y me maldice con odio y pánico a partes iguales. No puedo posponerlo más.

Salgo del lago, con mi cuerpo inmenso, mis tentáculos terribles y mis fauces aterradoras. Intento razonar pero de mi garganta sale un rugido pavoroso que retumba como un trueno. El elfo se abalanza sobre mi y trata de cortar un tentáculo y me hiere. ¡Duele! Ya estoy harto. Lo agarro, lo despedazo y me lo como, armadura incluida.

Esto no puede seguir así. Lo he intentado pero no me dejan morir. Me escondo y siguen viniendo. ¿No me estaban buscando? Pues me han encontrado. Avanzo hacia el portal a su mundo con furia destruyendo todo a mi paso. No voy a volver aquí. Ahora sí van a tener a un monstruo al que temer.


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