lunes, 28 de marzo de 2022

Abogadas y contables

 



La mujer vestida de azul camina por un camino empedrado entre varios montículos de nieve. Se acerca a una puerta gruesa, de madera oscura, que parece encajada en la pared de la casa. Con un chirrido, se abre hacia afuera mientras se escapa, desbocada, una ola de calor que invita a traspasar el umbral. La música lucha con el olor a alegría por cruzar la puerta. La mujer sonríe, entra, deja el abrigo sobre un montón de otras chaquetas y cierra el portón.

         Recorre un largo y alfombrado pasillo hasta llegar a una sala. Hombres y mujeres se giran al llegar ella y se acercan a recibirla.

        —¡Qué bien que hayas podido venir, mi querida Rosa! Esto no sería lo mismo sin ti —dice una mujer con un vestido rojo, mientras le aprieta el brazo.

        —Muchas gracias por invitarme, Obdulia.

        —¡No hay de qué! Sabes que te apreciamos.

        —Has sido muy amable conmigo en la oficina desde que me incorporé y pasar la Navidad sola en casa, en una ciudad nueva, es un poco triste —dice Rosa. Se rasca el brazo mientras mira al resto, que han vuelto a sus charlas.

        —¿Cómo no quererte? También ha venido Lisa hace un rato. Ahora está ocupada, pero saldrá para el primer plato.

        —¿Lisa? Pero ella es de contabilidad, como yo.

        —¿Acaso los abogados solo podemos relacionarnos entre nosotros? —Obdulia se ríe con una boca llena de dientes y unos ojos chispeantes.

         De pronto, un grito resuena por la casa. Rosa se gira hacia una puerta cerrada al fondo de la habitación.

        —¿Qué ha sido eso?

        —Los niños están enseñándole a Lisa su nuevo sistema de sonido, ¡es espectacular!

        —¡Menos mal! Sonaba escalofriante —dice Rosa, con un suspiro.

        —Por cierto, querida, ¿seguiste mi consejo? ¿Estás tomando la dieta antitoxinas que te recomendé?

        —¡Claro! Me está gustando mucho. ¿De qué conoces a Lisa?

        —Mi marido estuvo hablando con ella hace unos días y la vio simpática y sana. Una gran chica, también le recomendé la dieta.

         Varias personas preparan una mesa con platos grandes y cubiertos afilados que reflejan la luz de la enorme araña de cristal. En el centro, un trinche y un cuchillo de trinchar enormes escoltan una bandeja decorada con cerezas.

        —Parece que ya es la hora de cenar. Ven, siéntate conmigo —propone Obdulia, mientras se aproximan a la mesa.

        —¿Y Lisa? Creo que ya han llegado los niños… —pregunta Rosa. Mira en todas direcciones y se sienta cuando es la única que queda en pie.

        —Lisa es una gran persona, ¿sabes que es donante de órganos? Tiene un corazón que no le cabe en el pecho.

         En ese momento aparece el cocinero con un costillar. Lo deposita sobre la bandeja y empieza a repartir trozos entre los comensales.

        —¿Te gusta, querida? —pregunta Obdulia entre bocado y bocado.

        —¡Está riquísimo! Jamás había probado algo así —dice Rosa.

        —Me alegro de que lo disfrutes. Mira, ahí vienen los críos, ¡les encantan esos altavoces! Te llevarán ahora junto a Lisa.

        —¿Ahora?

        —No te preocupes, querida, llegarás justo para el segundo plato.



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