martes, 8 de marzo de 2022

Las Truculentas: Tras la puerta (V) - Te dije que no hicieras eso, niña estúpida - Sheila Moreno Griñón




 (Este es un relato escrito entre varias personas. Cada una ha trabajado una parte diferente, con su propio estilo, pero todas han contribuido a que sea un gran relato. Se irá publicando cada día un relato y, a final de mes, se publicará el relato completo. Se puede seguir la serie de relatos aquí: Truculentas).


        La habitación estaba en penumbra al no haber ventanas y estar iluminada por una única vela, que se agotaba en una mesilla. Sin embargo, el filo del arma lograba verse con todo el brillo que aquella llama le permitía. Ella dio un salto a un lado y gateó mientras pensaba en una opción para salir de aquel infierno. Fuera, la esperaba un hombre con una motosierra que conocía perfectamente esa mansión; dentro, había un loco con un hacha. Era mejor enfrentarse cara a cara con el sujeto del hacha que con el de la motosierra.

        Agachada, se arrastraba lo más rápido que podía mientras las rodillas se clavaban en el suelo y el hacha la emboscaba. Notando restos de astillas que volaban con cada nuevo golpe, intentó buscar un lugar donde atrincherarse para pensar o un objeto con el que defenderse.

        Encontró lo segundo por el rabillo del ojo: la sombra de un candelabro parecía moverse cerca de la luz de la vela. No sabía si el objeto existía realmente o era producto de su imaginación febril con el ataque y aquella luz mortecina, sin embargo, decidió arriesgarse.

        Se levantó apoyando la rodilla derecha con fuerza en el suelo y se impulsó con ella estirando la mano hacia donde parecía estar el objeto. Cuando notó el frío tacto del candelabro y el peso del mismo, lo esgrimió con fuerza hacia su atacante.

        Ambos golpearon a la vez, pero ella fue unos segundos más rápida y brutal, haciendo chocar una y otra vez su arma contra el otro. No podía pensar en nada más que no fuera detener a su enemigo, sobre todo, cuando aún oía el ruido de la motosierra al otro lado de la puerta, aunque este fuera más amortiguado ahora.

        Solo una vez fue consciente de que el hacha ya no sería un problema, se detuvo. Estaba exhausta, deprimida y harta de aquella situación.

        —Te dije que no hicieras eso, niña estúpida.

    La voz de la gata sonó tras ella.

       —¿Que no hiciese qué? —preguntó con ganas de golpear al animal como acababa de hacer a su atacante.

        —No estaba hablando contigo, creída —respondió la gata levantando la cabeza en actitud altiva. La gata era de pelo corto azul. Sonaba como la gata, pero no tenía el mismo aspecto de la gata.

        Miró con miedo a su atacante, quien aún lanzaba espasmos rítmicos, pero que dudaba que fuera a respirar más de treinta segundos. No era capaz de distinguir bien por la luz y la sangre, así que se acercó a la vela de la mesilla, la sostuvo en sus manos y se dirigió hasta el cuerpo.

        Allí estaba ella, el cadáver de ella misma. No llevaba su ropa, pero era ella.

       Gritó, y la vela casi se cae de sus manos. La gata aprovechó para colocarse en el pecho del cadáver y fijar sus ojos en ella.

        —¿Vas a coger el hacha otra vez o vas a dejarla quieta como te dije?

        Se sentó en el suelo, al lado del charco de sangre que salía del cuerpo de su otra yo y dio una patada al arma para que estuviera bien lejos.

       —Como ya te dije, estos son capítulos de una historia y tú ya la has vivido. O una versión de ti misma, o varias versiones de ti misma —rio—. Y la sigues viviendo. Tienes que lograr conocer el orden o conseguir que alguna de tus versiones lo haga. Aunque ¿para qué quieres que otra viva tu vida?

        Ella buscó el candelabro con la mano que no sujetaba la vela y lo lanzó contra la estúpida felina. Esta dio un salto, y se marchó entre risas.

      —Yo ya la avisé a ella —dijo señalando el cadáver—. Puedes hacerme caso y seguir buscando o esperar a que otra tú entre y la mates con el hacha. Es tu decisión.





Escrito por Sheila Moreno Griñón:


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